Columnas de opinión y análisis de la actualidad de Colombia publicadas los sábados en el periódico EL PAÍS - Cali


martes, mayo 25, 2010

Universidad pública y Estado

Las universidades públicas en el mundo son centros de potente pensamiento, donde los jóvenes sin importar su capacidad económica son seleccionados por sus méritos y posibilidades académicas. Se funda con ellos uno de los pilares sobre los cuales confiamos la movilidad y el progreso de las sociedades. Por supuesto, en los centros académicos debe haber libertad para que todos los pensamientos se desarrollen y se expresen, pues si algo caracteriza nuestro tiempo es la premisa de que no sabemos si hay verdades y, por lo tanto, todas las tendencias tienen cabida. Pero hay límites.

No todas las ideologías y manifestaciones son aceptables; los fanatismos que incluyen la destrucción de las ideas no afines, la violencia como mecanismo de presión o el terrorismo como herramienta están proscritos. Atentan contra derechos de superior naturaleza como la pluralidad, la paz, la vida, el orden público y el derecho de los alumnos de terminar sus estudios en el tiempo mínimo requerido. Aún así, en Colombia ideologías de este tipo se han apoderado de los centros educativos públicos y cobijadas bajo las consignas de la libertad han abusado y arrasado con esos derechos.

El dominio de la ideología de izquierda en claustros académicos públicos ha sido mal interpretado y excedido por sectores fanáticos de esa línea; que con excesos a veces violentos intentan implantarla como hegemónica y total. ¿Dónde queda el espacio para ideologías que creen en interpretaciones distintas del mundo?

La manifestación de 60 personas con apariencia de guerrilleros del ELN, armados dentro de la Universidad Nacional es una nueva muestra de lo que está sucediendo. Y no olvidemos la gasolina que se roció sobre agentes de la Fuerza Pública que fueron incinerados, protestas violentas que alteran el orden público y la paz de estudiantes y vecinos; paros que dilatan los grados de universitarios consagrados que ansiosos aspiran llegar al mercado laboral, muchos de ellos con créditos que crecen en esas esperas injustificadas. Todo ello no corresponde a lo deseado y no aporta el crecimiento intelectual de los estudiantes, de la universidad ni de la Nación.

Tiene que terminar la inclinación de tolerar lo que no es justificable. Hay una serie de concesiones que han dado lugar a que agentes subversivos armados sientan la tranquilidad de poder entrar a las universidades y con la libertad de amedrentar a la comunidad. Entre ellas esa rarísima costumbre de permitir que estudiantes que han perdido muchos semestres permanezcan en las universidades malgastando recursos que podrían ser asignados a otros jóvenes que aprovecharían la oportunidad. Ese otro hábito según el cual las fuerzas del orden nacional no pueden entrar a las universidades públicas, ese sentimiento de que el Estado es enemigo tiene que superarse. El Estado y la universidad pública tienen que acercarse, pues son un solo ente, vinculados por un destino común.

El Estado colombiano tiene que avanzar sobre la senda de la legitimidad. Mientras éste siga siendo percibido como un ente externo al que unos temen, los otros usan para sus propósitos extractivos, aquellos otros esperan de él lo que nunca llega y otros pretenden destruir, estamos condenados a fracasar. La sociedad civil debe llegar a un grado de empatía y vínculo con el Estado de manera que realmente podamos percibirlo como la fusión de nuestra Nación. Todos somos el Estado.

El País Cali, Mayo 22 de 2010

sábado, mayo 22, 2010

¿Habemus Fiscal?

Un año, 365 días, llevaba Camilo Ospina como parte de la terna de candidatos presentada a la Corte Suprema para elegir Fiscal General de la Nación. El proceso en la Corte lleva nueve meses sin resolución; una vergüenza para la Corte y un insulto a la Nación.

En las votaciones nadie obtiene la mayoría; la reglamentación requiere aprobación de las dos terceras partes de la Corte y los candidatos no la obtienen. El país ha quedado sumido en la interinidad, con un fiscal encargado por un período que hace mucho dejó de ser aceptable para ser algo transitorio. El hecho pone de manifiesto que o bien, los mecanismos previstos en la Constitución y la ley son inútiles y requieren una reforma, o bien, que la Corte está buscando un protagonismo político que no le corresponde.

El nuevo integrante de la terna, el sexto que presenta la Presidencia, Jorge Aníbal Gómez Gallego, es ex presidente de la Corte y es penalista como lo quería esa corporación. Una de las razones que adujo la Corte para justificar esta dilatada espera, es que el Fiscal requiere un conocimiento profundo del derecho penal. Cumplida, pues, esta exigencia la elección debería agilizarse. Más aún cuando la cercanía de Gómez Gallego con la Corte dará lugar a que se nombren varios conjueces, pues muchos magistrados –se habla de ocho o nueve- tendrán que declararse impedidos, pues fueron elegidos durante el período donde Gómez Gallego estuvo en esa corporación. Esta nueva configuración debería dar lugar a que se nombre un Fiscal.

Ahora bien, es probable que no sea así, y que tengamos que continuar sin Fiscal hasta tanto cambie el gobierno. Ello mostraría que todo ha sido un gran artilugio, y que la Corte ha intentando desde el inicio adoptar decisiones políticas que no le corresponden.

Ya aparecen las primeras señales que muestran que el malestar de la Corte no es si tienen o no formación de penalistas, sino que sea el presidente Uribe quien los postula. Gómez Gallego ahora es criticado por haber tenido clientes en materia penal. Por supuesto, un penalista ha de tenerlos; de lo contrario no se ve cómo podría haber ejercido su profesión. Cualquier penalista tiene intereses y vínculos, ¿pedirá la Corte ahora un penalista que no haya ejercido el derecho? ¿Será ahora un problema que Gómez Gallego haya estado vinculado a personas cercanas al Gobierno como Andrés Felipe Arias? ¿Se trata de un penalista que tenga una posición política que se ajuste a la de los magistrados?

Si fuera el presidente Uribe quien se negara a hacer el nombramiento porque no le gustan los candidatos, o porque espera de ellos algo que la misma ley no prevé, habría en la Nación un revuelo intolerable. La oposición señalaría, con toda razón, que los poderes estatales están conminados a cumplir la ley. Si la Corte considera que las características del Fiscal no son las que establece la Constitución, puede presentar un proyecto que busque su modificación; pero mientras tanto, debe cumplir. Puede que la Corte no estuviera de acuerdo con la segunda reelección de Uribe, pero como es un sistema democrático deben aceptar las decisiones del Congreso y las mayorías electorales.

El nuevo integrante de la terna es fundamental, no sólo por su hoja de vida muy apropiada para el cargo, sino porque al satisfacer las exigencias de la Corte, servirá para develar de manera clara las intenciones de esa corporación. Amanecerá y veremos.

El Pais, Cali, Mayo 15 de 2010

viernes, mayo 14, 2010

Al borde de la ley

Una pregunta difícil para Colombia es la de la futuridad. A veces aparecemos copiando modelos que vienen de los países desarrollados y que en muchos casos no representan nuestros propios anhelos, ni aún nuestra visión sobre el futuro. ¿Cuál es el futuro que Colombia espera para sí misma?

El tema no tiene una respuesta unívoca. Existe, sí, el malestar con las condiciones materiales en las que vivimos, que resultan siempre inferiores a las expectativas de lo que podríamos tener o ser. Este inconformismo ha dado lugar a reacciones de diversa naturaleza: guerrillas revolucionarias, líderes mesiánicos, proyectos políticos de aspiraciones modificadoras y otros varios fenómenos que finalmente comparten el desprecio del statu quo.

Entre aquello que debe ser renovado está el Estado y todo el aparato institucional y legal que lo acompaña. La ‘institucionalidad’ no surgió naturalmente de la interacción social. Fue algo que se importó para tratar de establecer un orden. Las poblaciones indígenas y negras sometidas la interpretaban como otra forma de dominio, ni siquiera los colonizadores españoles la respetaban y frente a los edictos del rey dijeron: “Se acata, pero no se cumple”. El gran problema desde entonces ha sido la escasa legitimidad del Estado, sus instituciones y sus normas; pues todos los pobladores las han interpretado como algo externo que no responde a sus intereses, ni a sus aspiraciones. El Estado es una realidad ajena y opresora.

Las actividades que se realizan en marginalidad de la ‘institucionalidad’ han ido aumentando y constituyen una forma de vida en Colombia. Refugian una gama amplia que va desde los trabajos informales (donde no se aplican los presupuestos de la reglamentación laboral y el sistema de seguridad social), pasando por toda suerte de conductas en los bordes de la ley hasta las actividades delictivas. Todas pueden ser interpretadas como una rebeldía ante lo establecido y un esfuerzo por encontrar eso ‘otro’ que se anhela. Al mismo tiempo, la tolerancia o la incapacidad del Estado para controlar las conductas fuera de la ley puede explicarse como un resultado de la carencia de legitimidad.

En este contexto, una propuesta para implementar la ley en Colombia es interesante, pero tiene muchas más dificultades que aquellas evidentes. Hay en la desobediencia de la ley un factor de rebeldía, una expresión de inconformismo. Cada vez que el Estado intenta aplicar la ley, el ciudadano reacciona ofendido. Además la aplicación de la ley de manera esporádica da la sensación de injusticia y la aplicación total es imposible. El Estado aún ejerciendo toda su fuerza coercitiva no puede contener una sociedad rebelde. Y los grupos tienen diversos niveles de resistencia.

Aplicarle, por ejemplo, la ley a ‘la burguesía’, es sencillo. Basta una multa, un mimo, un estímulo. Y pueden buscarse formas para anhelada interiorización de la ley sin premura. Ahora, cuando la desobediencia está afectando el derecho a la vida y la libertad, como los grupos alzados en armas, hacer cumplir la ley tiene un costo político: o bien, se entiende como una necesidad inminente que requiere el ejercicio de la fuerza y que conlleva una reacción violenta; o bien, se buscan formas alternas que permitan la interiorización y mientras tanto se deja gotear la sangre de los inocentes. Son decisiones que alteran y definen el futuro. Decisiones que nos competen a todos.
El País de Cali, 8 de mayo de 2010

Algo que perder

Mockus es un candidato interesante. Inteligente y creativo, tiene formas de entender la realidad que a veces logran transformarla. Tiene una fuerte noción de autoridad, fue él quien limitó las horas de la fiesta en Bogotá. Él quien impuso los mimos en las cebras, la pedagogía para las alcaldías menores. Él quien le mostro sus nalgas a los estudiantes y le echó un vaso de agua a Serpa. Pero pensarlo como Presidente no deja de causarme cierta inquietud. No me siento en capacidad de predecir cómo será su gobierno.

No tengo dudas sobre sus cualidades personales, pero de que un hombre sea bueno no se puede concluir que su gobierno también lo será. Y como dirigente no logro descifrarlo. Políticamente no hay mucho que decir sobre Mockus; ha sido tan ambiguo que no es posible concretarlo en ninguna posición. Por ejemplo: le preguntan si extraditaría a Santos y a Uribe responde con la frase retórica de que cumplirá la Constitución. ¿Es que no la ha leído aún? ¿Estará esperando ganar la Presidencia para leerla? No. Él sabe que no dice nada concreto al respecto y que exige un ejercicio interpretativo que en mucho depende de una posición política.

No está dispuesto a exponerse. Sucede muchas veces que un candidato es capaz de transmitir su discurso de manera tan amplia que cada elector logra interpretar lo que está esperando. Un arte retórico sin mucha sofisticación, y es simplemente situarse en la ambigüedad de “todo lo demás”. Es como el suspiro de la añoranza, la ilusión de la esperanza, pero las naciones que votan así sufren una desilusión muy pronto y la gobernabilidad colapsa. Esa manera de dar declaraciones y luego rectificarlas hace de la política una esfera casi mística.

Mi inquietud por mi incapacidad de predecirlo políticamente se acrecienta cuando veo que el candidato congregó tanto la oposición como un amplio sector uribista. Dos grupos muy distintos y con valores políticos divergentes. ¿Existe acaso un proyecto político que es compartido por ambos grupos o hay tal confusión sobre el proyecto de Mockus que los electores no logran distinguir sus preferencias?

Votar por Mockus, como por cualquier candidato, conlleva la responsabilidad de hacer una evaluación del presente concreto y de lo que espera en los próximos años del gobierno. Si la evaluación del presente resulta favorable, sobreviene la cuestión de si Mockus logrará mantenerlo, y con cuáles acciones concretas. Si, por el contrario, el escenario actual es desfavorable, hay que cuestionar si Mockus es un camino al cambio, y de qué forma.

Colombia, como muchos países latinoamericanos, se ha acostumbrado a votar como quien juega a la ruleta rusa; sin que se sepa si vamos a vivir o no. En muchos sentidos tenemos que votar así porque los políticos y los líderes siempre son impredecibles y el futuro siempre incierto. Así que un buen candidato parece suficiente. El caso de Colombia tiene hoy una variante. Por primera vez, desde hace mucho, tenemos algo que merece ser conservado: el proyecto del presidente Uribe que transformó la Nación. Fue un esfuerzo titánico y los resultados están ahí. Después de ocho años tenemos un grado de estabilidad que la mayoría de los colombianos reconoce como un avance sobre las situaciones pasadas. Yo entre ellos, y para mí sí hay algo que perder, y aún no veo si Mockus va a protegerlo. No me sorprendería que lo haga, pero tampoco que no lo hiciera.
El Pais, Cali. 1 de mayo de 2010

sábado, mayo 01, 2010

De mesías a superhombre

Las nuevas encuestas muestran lo que se siente en el ambiente político: la segunda vuelta será entre Santos y Mockus. Los candidatos están casi empatados, aún en la segunda vuelta.

La caída vertiginosa de Noemí tiene una explicación. Su gran reto era mantener bajo su liderazgo al Partido Conservador y no pudo. Algunos detalles: no logró reconciliarse con Arias, el otro precandidato conservador. Por el contrario, lo mantuvo a la distancia y lo maltrató. Sus seguidores, en una reacción natural, se sienten más cercanos a Santos. Pero lo más grave es que ante la petición de varios parlamentarios de acercarse a la campaña de Santos, Noemí dijo “a mí no me amenazan ni me chantajean ni me amedrentan” y eso es precisamente lo que han intentado ella y las directivas conservadoras frente a los conservadores que quieren acompañar a Santos. Amenazarlos con expulsiones, amedrentarlos diciéndoles que “se atengan al peor castigo”. Esa no es una buena estrategia política. El liderazgo es una delicada síntesis entre interpretar los deseos e inspirar la convicción de que serán realizados por el dirigente.

Y el crecimiento de Mockus también es explicable. Santos como sucesor de Uribe se equivocó en el vicepresidente, y son cada vez más las decisiones que tomó como tecnócrata las que lo apartan de Uribe. Mockus no es una reacción al gobierno Uribe. Se equivocan quienes así lo interpretan. Si el pPresidente Uribe fuera candidato las masas abrumadoramente lo elegirían otra vez. Mockus es producto de la incapacidad de cumplir con ese deseo de la mayoría uribista. El Polo ha señalado acertadamente que Mockus no hizo críticas al gobierno, ni se ha caracterizado por su oposición.

Carlos Gaviria dice que se está tejiendo un mito entorno a Mockus y tiene razón. Los votantes no saben qué esperar y reconocen no tener capacidad para predecir cómo será su gobierno, pero aspiran a que sea bueno; porque les gusta Mockus. Es la prueba de que al país le siguen gustando los liderazgos personalistas. Si Uribe es mesiánico, Mockus es el superhombre de Nietzsche. Es evidente que el candidato se siente el redentor de Colombia, escogido de una casta ‘santa’, conocedor de la ‘verdad’ y que su gobierno -sobre el que no se espera nada concreto- será la realización de su proyecto personal.

De Mockus se dicen muchas cosas: que es neoliberal; que apoya y rechaza el bombardeo al campamento de Reyes; que quiere acabar el Ejército pero no ahora, que le echará agua a Chávez. Todo es un misterio. Él no se deja concretar, se camufla, para no perder ningún voto.

Será el uribismo no afiliado a la U el que decida. Muchos conservadores quisieran apoyar a Santos, pero la candidata da señales de un acuerdo con Antanas. Inició una guerra personal contra Santos y los conservadores que lo acompañan acusándolos de dar y recibir “dádivas y politiquería”. Dice además que su ideario se lo apropió Mockus.

Pero vale la pena la siguiente reflexión que surge del atinado comentario de Carlos Gaviria: “No hay que evaluar sólo el medio, sino el fin”. ¿Qué esperamos concretamente de cada candidato? De Santos se espera la continuación de las políticas de Uribe y de Uribe había expectativas concretas sobre la seguridad que el Presidente cumplió. La cuestión es fundamental ¿para qué Mockus? ¿Cuáles son las acciones específicas que se esperan de él? Sin esto es un voto ingenuo y necio. Una apuesta por una persona.

El Pais, Cali 24 de abril de 2010