Columnas de opinión y análisis de la actualidad de Colombia publicadas los sábados en el periódico EL PAÍS - Cali


lunes, agosto 30, 2010

La minería, reto para Colombia

Colombia se ha embarcado en la era de la exploración minera con ahínco y entusiasmo. Seguramente la llegada de tantas empresas de reconocida prestancia internacional dará lugar a hallazgos de diferentes minerales como oro, carbón y petróleo entre otros, como ya ha empezado a suceder. La noticia sobre la proliferación de la minería tiene mucho para celebrar, pero implica una serie de retos difíciles, que si no se atienden desmedrarán cualquier beneficio.

Los recursos que produce la minería son gigantescos, esto en una economía emergente como la colombiana conlleva la necesidad de cuidar su adecuada inversión. El primer riesgo es la llamada ‘enfermedad holandesa’ cuyos primeros síntomas podemos estar padeciendo. La cantidad de divisas que entran al país por minería provocan la apreciación del peso, y esto causa que las exportaciones nacionales pierdan competitividad en el mercado internacional -pues se han vuelto mas costosas-. Paulatinamente puede causarse una desaceleración económica y el colapso de muchas industrias nacionales. La economía como tal puede aumentar en términos de PIB, pero el desempleo aumenta y la distribución de la riqueza empeora.

Muchos Estados, como consecuencia de las arcas llenas, caen en el asistencialismo social, como efecto la sociedad se sume en una especie de pereza colectiva. Las rentas permiten una calidad de vida confortable, sin la necesidad de trabajar ni esforzarse. El sector real de la economía se lesiona aún más, pues la fuerza laboral disminuye y los industriales pierden incentivos. También puede suceder que al aumentar los ingresos del Estado, aumenten también los gastos fijos. La posterior reducción de los gastos estatales es difícil, y en épocas donde los ingresos mineros disminuyan, crecerá el déficit.

El problema más serio del crecimiento minero es el ambiental. Nuestro país tiene serios problemas en la implementación de la normatividad ambiental. Los procesos mediante los cuales se otorgan licencias ambientales, no solucionan la complejidad de hacer seguimiento al cumplimiento de las normas ambientales. Hay tal proliferación normativa y tan pocos recursos humanos y técnicos en las autoridades ambientales que la combinación resulta fatal. Ya hemos visto lo que hace la exploración y más aún la extracción minera en páramos, los problemas de la contaminación de agua, aire y suelo en otras zonas.

Por supuesto que tener mayores recursos en la economía es una ventaja, pero hay que saber invertirlos y manejarlos para proteger el trabajo y la industria y nuestros recursos naturales. Los recursos mineros pueden darnos la oportunidad de mejorar la competitividad creando la infraestructura; carreteras, puertos, aeropuertos, sistemas de trasporte, que le den a la nación nuevas expectativas de desarrollo sostenible. Colombia, como uno de los países con mayor diversidad de especies en el mundo, tiene la responsabilidad de crecer sin lesionar los ecosistemas. Los recursos mineros que tienen muchos costos ambientales, tienen que volverse un motor para la protección ambiental. Pueden financiar la mejoría de las autoridades y la capacidad de implementación de la normatividad; dan para creación de nuevos parques y su adecuado sostenimiento y administración; para promover la investigación sobre la fauna y la flora, y financiar programas de protección que garanticen su continuidad.

jueves, agosto 19, 2010

¿Y los campamentos de las Farc?

Las denuncias que hizo el Gobierno de Colombia sobre la presencia de campamentos guerrilleros en Venezuela son muy graves. La solicitud de que hubiera una comisión internacional para verificarlas era sensata y necesaria. Precisamente por ello, sorprende que después de la reunión entre el nuevo presidente Santos y el Mandatario venezolano, la nueva canciller Holguín anunciara que ya no era necesaria la comisión de verificación.

En el discurso en Santa Marta, Chávez repitió que no había campamentos de los narcoterroristas en Venezuela. Santos eludió el asunto con generalidades. Luego nuestra Canciller habló de la confianza en entre los dos gobiernos. Destacó el diálogo. Alabó la creación de comisiones binacionales para solucionar los problemas de seguridad en la frontera y la recuperación de los más de US$800 millones que les debe Venezuela a los empresarios colombianos. Y anunció que no habrá comisión internacional de verificación.

Este resultado puede significar dos cosas: el ex presidente Uribe, su administración y la inteligencia colombiana estaban equivocados y efectivamente los campamentos no existen; o el nuevo Gobierno considera que si hay o no tales campamentos es un tema secundario. En cualquier caso el país debe saberlo.

Lo que pasó es un misterio. La reunión a puerta cerrada y la información parca e imprecisa que se dio al respecto dejó a la nación colombiana sumida en la perplejidad. Las frases huecas que anuncian la nueva etapa de las relaciones colombo-venezolanas guardan un silencio inapropiado sobre lo que es fundamental para Colombia, a saber, los campamentos guerrilleros. Si a alguno se le olvidó qué tipo de enemigo es el narcoterrorismo de las Farc, ahí están la bomba en Bogotá, los bloqueos de carreteras y enfrentamientos en el Cauca, para refrescar la memoria. Los narcoterroristas tenían sitiada a Colombia y el Estado había perdido control sobre el territorio; no hace tanto y aún podría volver a suceder. Es una lucha sobre la que no se puede ceder.

Hay evidentemente un cambio de estilo de gobierno. Reuniones a puerta cerrada, que destacó la canciller Holguín como un avance al decir que todo fluye mejor “sin medios de comunicación de por medio”. Un pleonasmo para alejar la visibilidad y la capacidad de los pueblos de saber qué y cómo deciden sus representantes. Una canciller más preocupada por los asuntos monetarios y económicos que por la seguridad nacional, olvidado que la economía prospera sólo en un contexto seguro. Cambiamos comisiones internacionales visibles y transparentes por comisiones pequeñas e insulsas que dilatan más tiempo problemas graves. Renunciamos ante la comunidad internacional a una petición legítima y perdimos credibilidad. Tenemos un Chávez que puede venir al territorio colombiano y llamar mentirosa a la institucionalidad en frente del Presidente, hacer manifestaciones públicas y recibir aplausos. Un país que tiene que ignora lo que sabe.

Un buen líder encarna la ideología de las mayorías. No se trata, como lo pretenden algunos, la de un embeleco con la persona, sino de una empatía ideológica. Ese es el caso de Uribe, su manera de entender el país y priorizar los problemas corresponde a la de las mayorías colombianas. Pueden hacérsele muchas críticas, pero en el juego democrático la mayoría decide. Así que si Santos se aparta de la visión Uribe, se aleja del querer del grueso de los colombianos.

El Pais, Cali 14 de agosto de 2010

miércoles, agosto 11, 2010

Adiós a mí, por siempre, Presidente

Es para mi un acto de cargada emotividad despedir al presidente Uribe. La primera vez que yo lo vi estaba en la universidad y él era gobernador de Antioquia; me impactó. Era el primer político con quien yo compartía la manera cómo los problemas colombianos debían ser priorizados y los mecanismos mediante los cuales intentaría su solución. Entonces no lanzó su candidatura y me sentí desilusionada.

Inició su mandato cuando yo estaba graduándome de la universidad. Recuerdo todas las preocupaciones que me agobiaban, versaban sobre el futuro. “Colombia es un país inviable”, decía todo el mundo en aquel entonces. Yo pensaba mucho en Marx y sus manuscritos donde tan célebremente planteaba ese difícil equilibrio entre las aspiraciones individuales y los deberes sociales. Él no debió imaginarse que su mensaje se convirtiera en un motivo para sentirse descorazonado y perdido. Menos iba a suponer el filósofo que otras aristas de su pensamiento se convirtieran en justificación de la violencia y la aniquilación. Y en mi admiración por sus ideas se mezclaba algo parecido al rencor por su daño.

Uribe representó para mí, y me imagino que así fue para muchos colombianos, un cambio. Un líder que conocía el país y que se refería sin miedo a los problemas y enfrentaba abiertamente los temores que nos tenían amedrentados. Votar por él fue un acto de convicción y de libertad. Un momento donde por fin me sentí satisfecha y tuve la fe de que todo sería mejor. Yo le agradezco al Presidente muchas cosas; sobretodo que me devolvió la fe en Colombia y me dio la certeza de que podíamos.

Lo admiro en toda su humanidad, un hombre falible y obstinado, pero siempre preocupado por esta patria que nos une. Su amor por este país, lo entiendo como la expresión de ese mismo sentimiento que llevamos todos los colombianos, pero él nos enseño que el amor patrio debe manifestarse en acciones y no en declaraciones de buena voluntad, huecas y frágiles. Él supo traducirlo en ejecutorias y su voluntad férrea se convirtió en una pieza clave para que el gran aparato estatal finalmente funcionara. Transformó lo público en un sector que -como debía ser- requiere mística, disciplina y corazón.

Los consejos comunitarios fueron, en mi opinión, una manera de acercar a Colombia, toda ella abandonada y desolada, a la institucionalidad. Le dio visibilidad a las regiones y voz a las autoridades locales. Bogotá entendió que el país es muy distinto del que suponen los teóricos y técnicos estatales; y que si bien no es el mejor, es el que somos. Esos recorridos develaron la complejidad y la sencillez de esta tierra y sus gentes. Mostraron que todos queremos estar mejor. Probó que si hay un proyecto concreto somos capaces de contribuir para construirlo.

La identidad de la nación colombiana se consolidó con Uribe, somos un país con problemas, pero digno. Sentimos el orgullo de sabernos capaces de lidiar con nuestra situación y vemos más brillantes en el futuro.
No veremos un líder igual, no nosotros; un hombre capaz de transformar la desilusión de un pueblo, en energía pura con la cual encender los motores de la sociedad. Un líder así es un símbolo que se da pocas veces, cuando la sincronización de los pueblos alcanza tal potencia que se realiza.

Señor Presidente, usted representa lo más excelso de está patria y ha hecho de nosotros mejores colombianos, comprometidos cabalmente con esta Nación. Siga siempre adelante.

El País, Cali. 7 de agosto de 2010

jueves, agosto 05, 2010

La paradoja de la droga

La situación de México es dramática. La violencia del narcotráfico ha empezado a irrumpir en la vida de ciudadanos corrientes, una historia que conocemos. La prohibición de su producción y comercialización se convierte en un imán para personas inescrupulosas, que atraídas por los volúmenes de dinero y las pocas barreras de entrada, luchan por controlar uno de los negocios más lucrativos de la tierra. Las guerras entre carteles, en los carteles, por los carteles crean un clima de zozobra. Las mafias con el poder económico pervierten los sistemas institucionales; la violencia, los sobornos y las amenazas los carcomen. Esa incapacidad del Estado de controlar las acciones de los narcos debilita ante el resto de la sociedad las nociones de temor y respeto a la ley necesarias para la vida en comunidad.

Rápidamente las nuevas generaciones desarrollan admiración por las posiciones de poder de los mafiosos y los valores sociales se transforman. Es ciclo que con cada golpe gana inercia. Así sucedió en Colombia.

Esta es una cara, la triste, de la realidad de las drogas, y contrasta con el mundo de los consumidores. No son, en general, como los pintan, drogadictos inservibles ajenos a la sociedad (esos no tendrían como pagar U$80 por un gramo de cocaína). La mayoría de los consumidores norteamericanos son funcionales y trabajan; tienen buena capacidad económica y consumen las drogas como mecanismo lúdico o elemento para mejorar su trabajo. Sus vidas no se afectan.
La política antidrogas a nivel mundial tiene grandes desequilibrios. Hace énfasis en la producción y comercialización e ignora el consumidor final. No es casualidad. Los países productores y comercializadores -países en desarrollo- llevan todas las de perder, mientras que los consumidores -países desarrollados- se limitan a colaborar con recursos económicos. La violencia que genera la implementación de la prohibición la vivimos nosotros, mientras para ellos es sólo un tema de discusión política y presión sobre las economías emergentes.

Lo más terrible de la guerra contra las drogas es que no es posible darla de manera cabal; las acciones que realizan los Estados tratando de controlarla tienen, en el mejor de los casos, impacto nacional. Como las estadísticas lo muestran, la disminución en un país significa el aumento en otro. Así los esfuerzos de Colombia hoy repercuten negativamente sobre México, y cuando ese país logre -después de mucha sangre- hacer del narcotráfico un negocio muy difícil, éste se trasladará a otro país. Es imposible prohibir el comercio de un bien para el que existe mercado prospero; no es la oferta lo que aumenta el consumo en el caso de los bienes ilícitos, pues no se puede usar la publicidad; por el contrario, la demanda jalona la oferta.

Lo cierto es que esta guerra la pierde el mundo como colectivo, pero la padecemos sólo algunos países. ¿Qué justifica la prohibición de las drogas aún en contra de los principios de libertad individual, aún con la imposibilidad fáctica de combatirlas? La discusión en torno a qué cosas puede prohibir el Estado a los ciudadanos tiene hondas implicaciones, ¿tiene derecho una persona a decidir consumir productos que son nocivos para su salud sabiendo que los son? ¿de quién es el cuerpo? ¿de quién la vida? ¿qué tanta responsabilidad debe tener un individuo frente a la sociedad? Vale la pena volver a pensar en la legalización.

El País Cali. 31 de julio de 2010