Columnas de opinión y análisis de la actualidad de Colombia publicadas los sábados en el periódico EL PAÍS - Cali


martes, febrero 22, 2011

Lecciones del paro

Quince días de paro. Bloqueos que afectaron de manera grave la vida de muchos colombianos. Finalmente, el Gobierno cedió en todo lo que pedían los camioneros e incluso en más. El precedente no es el mejor.

Por recomendación del Concejo Privado de Competitividad el Gobierno derogó la tabla de fletes e impuso la libertad de negociación, vigilada. Es decir, un modelo de libre competencia que supone la intervención del Estado para los casos donde el mercado presente fallas. La libre competencia podría disminuir precios. Los gremios aspiran a que eso suceda; así los productos nacionales serían más competitivos. El temor proviene del sector transportador: el abuso de posiciones dominantes podría afectar a los camioneros, la competencia contra las grandes empresas de carga, y las exigencias de los grandes productores de carga. Lo cierto es que la tabla tenía poca utilidad, nadie la respetaba. Además la competitividad está afectada no por la tabla de fletes, sino por la precaria infraestructura; carreteras estrechas y al borde de la disolución.

Dejando de lado la conveniencia de la decisión, analicemos las lecciones.

Sobresale el tema de cómo se hace la política pública. El centralismo colombiano ha creado nichos de tecnócratas que deciden lo que es bueno y malo para el país. Aunque sus decisiones puedan ser convenientes, es claro que generar las políticas de manera vertical y cerrada no es lo ideal. A diferencia del Legislativo donde todos los sectores tienen representación, los tecnócratas están comprometidos con una sola visión del país que puede no corresponder con las aspiraciones de los nacionales.

Se refleja, también, las nefastas características de relación de los nacionales con el Estado. Las negociaciones se hicieron -a pesar de las advertencias- con vías bloqueadas. Fue una forma rebajada de extorsión. Cuando la presión fue suficiente el Gobierno cedió, los decretos fueron derogados y la nueva normatividad se hará en mesas de concertación. El Gobierno además se comprometió a eliminar las multas de tránsito que tienen más de tres años.

Aquello probó, otra vez, que nuestros gobiernos son sordos a las voces de protesta y sólo reaccionan cuando la presión sobre la colectividad es insoportable y es necesario solucionar una crisis que no se limita a un segmento.

Colombia ha perdido la solidaridad social, probablemente a causa de la violencia. Las relaciones son desconfiadas y somos poco entusiastas para respaldar causas que no nos afecten directamente. Ello explica, tal vez, que las protestas se elevan hasta causar un daño evidente a los demás particulares. Así se llama la atención de los ciudadanos y se los notifica de sus necesidades de manera obligada. Eso rompe cualquier simpatía que los ciudadanos tengan en la causa, pues los convierte en piezas de la negociación, y sólo aumenta la desconfianza social.

Esta negociación con los camioneros le da continuidad a estas malas tradiciones. El Estado debe cambiar su forma de gobernar de espaldas. Si bien las normas pueden tener buenas intenciones y diseño, no incluir a los afectados en las discusiones es una forma de menosprecio que no funciona. Además no puede esperar al caos para actuar sobre las materias que afectan a los colombianos. Tenemos que madurar las relaciones público-privadas para que el diálogo fluya y no se recurra a la presión. La solidaridad requiere de la reconstrucción del tejido social y un Estado que oiga.

El País de Cali, 18 de febrero de 2011

miércoles, febrero 16, 2011

¿Diálogos para la paz?

Se dice que las liberaciones de los secuestrados son un gesto de paz que nos acerca a una salida negociada del conflicto armado. Como ciudadanos no podemos más que celebrar jubilosos la libertad de quienes han sido convertidos en mártires de las causas democráticas. Ello no disminuye la atrocidad que ha significado haberles arrebatado su libertad y convertido en mercancías para extorsionar al Estado. Un diálogo con las Farc no puede olvidar esto; tampoco los constantes bombardeos a pueblos, desplazamientos y asesinatos de tantos colombianos.

Colombia ha vivido varias negociaciones en los últimos años y no puede desconocer las lecciones. El perdón y olvido que se le otorgó al M-19 tuvo efectos sobre la percepción de gravedad que los colombianos le dan al hecho de ejercer violencia. La Constitución de 1991 dio la triste conclusión de que la violencia puede ser un camino hacia la política. Por eso no sorprende que ‘Ernesto Báez’ en entrevista de ‘Un Pasquín’ declare que el número de reinsertados supera de lejos el número de militantes de las autodefensas. Muchos se dijeron ‘paras’ para recibir el auxilio de $354.000 que ofrecía el Gobierno y hacer parte de los programas. Ello es síntoma de una inmensa pobreza y de que hacer parte de los violentos tiene pocas connotaciones negativas en las psiquis colombianas. Por un salario mínimo somos capaces de hacernos pasar por asesinos, porque ser asesino en este país no es tan malo.

De la zona de distensión en el Caguán aprendimos que las Farc son hipócritas y dobles. Mientras negociaban con el Gobierno aprovechaban las ventajas para fortalecer su ejército, secuestrar y extorsionar. Ello no ha cambiado, mientras distraen al país y a la comunidad internacional en las liberaciones, las Farc mantienen a muchos cautivos y continúan secuestrando, extorsionando, sembrando minas y asesinando.

Las lecciones de la negociación de Justicia y Paz con los ‘paras’ son muy poderosas. Los procesos no pueden ser sólo del Estado, pues cuando la sociedad no está lista para afrontarlos es capaz de destruirlos. Pese a que el Estado logró sorpresivamente negociar con un grupo alzado en armas y militarmente victorioso la cesación de la guerra, el sometimiento a la justicia con verdad y reparación; parte de la sociedad estuvo en desacuerdo y consideró que los beneficios obtenidos eran excesivos. La presión de la oposición y la falta de que la sociedad actuara con sincronización le dieron inestabilidad al proceso; el Estado incumplió compromisos, los ‘paras’ también. La decisión de la Corte de que las audiencias no fueran transmitidas por televisión anuló el efecto de las confesiones y dejó uno de los momentos más intensos de la historia actual sin visibilidad pública.

Las creciente tendencia a encuadrar la violencia actual como un fenómeno causado principalmente por las Bandas Criminales -Bacrim- puede ser una estrategia para relajar la relación con las Farc y empezar a minimizar ante el país los costos de un diálogo con esos terroristas. Aquello recuerda las experiencias centroamericanas donde luego de los diálogos los actores de la violencia simplemente cambiaron de nombre.

El problema en Colombia es que los violentos no han comprendido la gravedad de ejercer violencia por fuera del aparato estatal, y la sociedad sigue siendo tolerante y termina siempre por exculparlos. Por eso, además del diálogo con las Farc, ya se habla de la negociación con las Bacrim.

El País, Cali. 11 de febrero de 2011
http://www.elpais.com.co/elpais/opinion/columna/paloma-valencia-laserna/dialogos-para-paz

domingo, febrero 13, 2011

¿Se acabó el uribismo?

De la lectura de diferentes columnistas de opinión, parecería que el uribismo es una fuerza condenada a muerte; que cada día se descompone y se acerca a su disolución. Aquello no tendría discusión si hubiera una íntima empatía entre esos periodistas y las impresiones de los colombianos. Lo cierto es que el sentimiento antiuribista que coloniza la gran mayoría de las columnas disuena con la aceptación que la masa le ha dado al ex mandatario. Por eso, la insistencia y permanencia del discurso antiuribista da para pensar que el uribismo está tan vivo como antes.

Los síntomas que se presentan como mortales tienen otras interpretaciones. Dicen que los godos y otros personajes no van a los talleres, pues el barco se hunde. Vale resaltar que Uribe no fue favorito de las directivas políticas; éstas llegaron a su campaña presidencial porque ya su victoria era evidente y no querían perder sus posiciones frente al gobierno. Terminado el ejercicio, es normal que se alejen, ya no hay puestos para repartir. Ello no necesariamente significa que la masa lo haga. Las directivas de los partidos ejercen control sólo sobre aquellos conectados a su maquinaria.

Se dice que las gestiones de Uribe son irrisorias, pues como ex presidente no posee el poder que tenía cuando estaba en ejercicio y por eso las reuniones son simbólicas y vacías. Esta afirmación desprecia la posibilidad de que los debates entre electores y candidatos sean constructivos y parecería abogar por una política más tradicional, donde sólo los candidatos y directivos están comprometidos en el diseño de los programas de gobierno. La metodología de Uribe tiene retos, en especial trascender los discursos huecos sobre las necesidades que todos conocemos: empleo, educación, vivienda, justicia social… para desarrollar estrategias de acción que maximicen los recursos y prioricen lo que para la comunidad es más sensible.

Las elecciones locales permitirán apreciar si el mapa de fuerzas políticas se ha transformado. Nos develarán si el uribismo pervive como fuerza política. En las elecciones, si Uribe no es candidato, su prestigio se medirá de manera residual y pondrá a prueba la existencia de una ideología uribista. Uribe se enfrenta con sus antiguos contendores -el Polo y los liberales. El Polo probará los efectos de los conflictos internos y el desprestigio de la alcaldía de Samuel. Cambio Radical, aliado con los liberales, intentará recuperar los terrenos perdidos y fortalecer la candidatura de Vargas Lleras. Santos no se juega mucho, pues si el uribismo gana, él gana; si, por el contrario, los liberales y Cambio Radical obtienen la victoria, Santos también habrá ganado. Los verdes enfrentarán la necesidad de aparecer en el resto del país y articularse como partido a pesar de las discrepancias internas. Los conservadores en busca de su agenda propia pueden fracasar de manera estruendosa y empezar el camino que tuvieron los liberales bajo el gobierno pasado.

Hay que reconocer que la política colombiana se volvió aburrida desde que Uribe dejó la Presidencia. Los partidos parecen haberse sosegado y la controversia política desapareció. Los proyectos de ley se aprueban sin discusión y los ministros no incomodan a nadie. Tal vez por eso, el retorno de Uribe a la palestra pública genera tanta controversia; tal vez por eso tenemos que seguir escribiendo sobre este hombre que le resucitó la pasión por la política a amigos y opositores.

El País, Cali. 4 de febrero de 2011
http://www.elpais.com.co/elpais/opinion/columna/paloma-valencia-laserna/acabo-uribismo