Columnas de opinión y análisis de la actualidad de Colombia publicadas los sábados en el periódico EL PAÍS - Cali


lunes, febrero 23, 2009

Las cartas uribistas

Si el presidente Uribe no es candidato para la reelección, el mayor reto será impedir una división que pueda dar como resultado que la fuerza uribista fragmentada no llegue a la segunda vuelta. Se requerirá una candidatura que aglutine.

Juan Manuel Santos es un administrador eficiente, capaz de llevar con éxito y liderazgo difíciles ministerios. Durante el gobierno Pastrana la economía nacional parecía destinada al colapso, la deuda pública estaba desbordada y no había recursos para financiarla. Su gestión fue contundente: mediante disciplina fiscal y hábiles colocaciones de bonos en el exterior logró mitigar la situación. Como ministro de Defensa ha sido igualmente triunfante: bajas de cabecillas de las Farc como ‘Raúl Reyes’, ‘Martín Caballero’ y ‘el negro Acacio’ y miles de capturas y deserciones. Así mismo, bajo su liderazgo se ejecutó la Operación Jaque, en la que el Ejército mostró capacidad de organización e inteligencia sin precedentes. Tiene en su contra no haber participado en comicios electorales, lo cual significa que no sabemos cuál será la reacción del electorado con su candidatura, pero cuenta con la estructura del Partido de la U.

Noemí Sanín encarna la mujer colombiana capaz de liderar procesos. Así lo hizo en su trayectoria en el sector financiero, como ministra de Comunicaciones y de Relaciones Exteriores y embajadora en Venezuela, España e Inglaterra. Su manejo de las relaciones humanas ha sido notable. En torno a su figura se sienten cómodos quienes vienen de otras vertientes políticas y los que no tienen filiación. Pese a su prolongada ausencia, la opinión sigue positiva, pero no ha resuelto el problema que le ha impedido llegar a la Presidencia: necesita un partido estructurado que la respalde.

A Andrés Felipe Arias hay que reconocerle que desde hacía mucho tiempo ningún ministro le daba a la Agricultura la importancia que merece en un país con esa vocación. Su labor se caracterizó por una profunda comprensión del fenómeno agrario, sus necesidades y la solución de los obstáculos. Créditos, maquinaria y facilidades le dieron un respiro a un sector azotado por la violencia. Su agitado carácter, propenso a desconocer que en la disidencia hay argumentos importantes, puede ser su peor enemigo, carga pleitos que pueden ser negativos, como el de los ambientalistas.

De Germán Vargas Lleras no es fácil saber si es o no una opción del uribismo. Desde hace mucho viene despreciando al Presidente y le ha fallado en momentos fundamentales, como el referendo. Esto puede haber comprometido la posibilidad de que el uribismo lo acompañe. Ha probado ser un hombre de lucha democrática, que logró sobresalir por su capacidad de gestión y liderazgo. Cuenta no sólo con los votos de estructura política, sino que además tiene acogida en el voto de opinión.

Rodrigo Rivera (lo menciono no porque sea una opción uribista, sino porque él ahora pretende figurar así) ha decidido acercarse al Presidente y dibujarse como heredero de su legado. Es parte del Partido Liberal, que ha hecho abierta oposición a este Gobierno, pero de manera oportunista aparece ahora a ver si puede recoger algo del prestigio presidencial. Es una actitud demagógica, pues como precandidato jamás habló seriamente de la seguridad. Sorprende el trato deferente con el que el Presidente lo ha distinguido.
21 de febrero de 2009
Publicado en el Diario "El País de Cali"

sábado, febrero 14, 2009

La herencia de Uribe

Aún está por definirse si el Presidente Uribe será candidato para otra reelección, pero ya se perfilan precandidatos que pretenden sucederlo. Con este escenario vale la pena recapitular aquellas características que le han dado al Presidente Uribe una popularidad sin precedentes en nuestra reciente historia democrática.

Uribe llegó a ser Presidente porque tenía planes concretos para desarrollar durante su mandato y posee el liderazgo para realizarlos. Está característica, sencilla en apariencia, es muy escasa en nuestra tradición presidencial. La mayoría aspira a ser Presidente por el honor que ello supone. Cumplen su periodo y se sienten realizados por incluir ese cargo en su hoja de vida. Este fenómeno -corriente en nuestra política- es nefasto. El candidato arrastrado por la vanidad tiene dos defectos incorregibles: para aumentar su popularidad está dispuesto a cambiar de ideas y a tomar posiciones para tratar de complacer a las mayorías. Precisamente por eso, no logra consolidar ningún proyecto y mantiene al país en un caos del que nada surge. Además tiene este sujeto la idea de que ser elegido es su mayor esfuerzo. Una vez hecho Presidente sólo el paso del tiempo puede arrebatarle el triunfo, que en sí mismo constituye el pináculo final de su carrera. Los expresidentes se retiran, no siguen combatiendo en el escenario político porque se sienten superiores a él. Ese no será el caso de Uribe que tiene una postura definida y coherente que le permitirá hacer una critica coherente y constructiva a las administraciones venideras. Su ideología, su compromiso, está al servicio del país y no de su prestancia personal.

La segunda característica –ligada a la anterior- es que Uribe ha tenido una posición clara frente a los grupos al margen de la ley. El miedo se había apoderado de la institucionalidad colombiana, y pronto se volvió indiferencia y ceguera. Así el país se acostumbró a la postración y a ceder cada vez más ante los violentos. Uribe nos devolvió la dignidad como Estado, el coraje de enfrentarnos a quienes no respetan la vida y la libertad. Ha sido irreducible en la posición de que la violencia no es plausible como medio para acceder al poder público, ni aceptable bajo ninguna justificación. La violencia es inadmisible. Ha tendido, pues, el Presidente el carácter para enfrenar a todos los grupos armados como lo que son: extorsionistas y delincuentes. Ha sido un esfuerzo monumental, pero todavía frágil, que no podemos perder.

Finalmente, Uribe ha sido un Presidente del pueblo y para el pueblo. Las grandes masas que lo eligieron se sienten representantas porque él, a través de los consejos comunitarios, ha mantenido un constante dialogo con la provincia. Este mecanismo genera confianza de los gobiernos locales hacia el gobierno central, y al mismo tiempo le permite al gobierno comprender las verdaderos conflictos que enfrentan los gobernadores y alcaldes. El centralismo –una de nuestras más graves enfermedades- se cimienta en esos Presidentes que apoltronados en su silla prefieren la comodidad de su despacho, donde lo que sucede llega a sus oídos mediado por la boca de asesores aduladores a quienes sólo interesa la capital. El contacto directo del Presidente y sus ministros con la realidad de todo el país ha sido motor del inclusión y del crecimiento democrático.

Ojala algo nos quede de este ejemplo de vocación de servicio y liderazgo.

El País 14 de febrero de 2009

lunes, febrero 09, 2009

Derechos sin derecho

Las parejas homosexuales deben y merecen tener los mismos derechos patrimoniales que las parejas heterosexuales. Es lógico, deseable y justo. Lo que no está bien es que la Corte Constitucional, para alcanzar esa importante meta, haya traspasado las barreras de la institucionalidad. La Corte ha proferido fallos que representan un avance en materia de derechos individuales muy importante, pero lo ha hecho irrespetando la estructura del Estado, la división de los poderes y la manera como la propia Constitución dispone que las leyes sean aprobadas.

La función legislativa corresponde al Congreso y sólo éste puede aprobar o improbar la normatividad colombiana. La razón es simple: los estados democráticos implican que el poder del pueblo -constituyente primario- esté presente y tenga un papel activo en las toma de las decisiones que le conciernen. Es así como el Congreso, investido por la legitimidad que le otorga el haber sido elegido popularmente, tiene la primera y justificada vocación para desarrollar la Constitución.

El oficio de la Corte Constitucional, en todas las democracias del mundo, es residual y subsidiario, restringido a aquellos eventos excepcionales donde por forma o fondo hay un irrespeto abierto de la Constitución. Ello implica que las decisiones sobre los cuales la Constitución no tiene una decisión expresa y que, en consecuencia, suponen un debate político significativo, corresponden al Congreso. Pero hoy en día el Congreso colombiano se ve en la necesidad de modificar la Constitución cuando no está de acuerdo con la posición política de la Corte sobre un tema.

El hecho violenta gravemente la democracia. Son estos debates, sobre los temas trascendentales, los que fortalecen los partidos, crean electores responsables y generan una relación real entre los congresistas y sus electores. Más aún, la democracia representativa -a pesar de todos sus defectos- siempre será mejor que el monopolio de un poder por parte de un grupo ungido, sobre el cual no tenemos ingerencia. Hoy puede parecernos insignificante la conducta de la Corte, pues hemos tenido la buena fortuna de que las decisiones, en general, no han sido tan malas; pero en el futuro ello puede cambiar.

Es prioritario considerar un nuevo artículo constitucional según el cual el Congreso pueda derogar las decisiones de la Corte Constitucional. Esta herramienta existe en EE.UU. y, a través de esta figura, el Congreso -como representante del pueblo- tiene la última palabra sobre temas propios del debate público. Se trata de imponer un límite y un contrapeso a las decisiones constitucionales. Una corte, en estas condiciones, se ve obligada a tener en cuenta la posición del Congreso, que a su vez está ligado a la opinión pública por la dinámica electoral.

Además, la arbitrariedad de la Corte es un ejemplo preocupante. Nuestro país tiende a buscar la realización de fines benévolos despreciando la importancia de los medios; una guerrilla que por el bienestar social decide ir a las armas y paramilitares que ante la ausencia de Estado deciden proteger a la población. Hace más mal que bien quien persiste en enseñar que cualquier camino es conducente. Hace doble mal quien procura más libertades con el sacrificio de los valores democráticos. Esos valores sustentan las libertades y otorgan la certeza de que nuestra opinión será auscultada y de que en nuestras manos reside la posibilidad de cambio.

El País, 7 de febrero de 2009