Columnas de opinión y análisis de la actualidad de Colombia publicadas los sábados en el periódico EL PAÍS - Cali


lunes, febrero 27, 2012

Hoy no atiendo provincia

Este, que es un dicho muy popular en el Perú, bien podría aplicarse a Colombia y a varias naciones latinoamericanas. El centralismo, donde sólo importa lo que pasa en la Capital y lo que pasa en la provincia es secundario, casi despreciable, es característico en nuestro país. Es un mal terrible que rompe la unidad nacional y condena a la mayor parte del territorio a un régimen que pasa de indiferente a despótico. Se ha convertido a la región en dependiente del Estado Nacional, se la trata como a un menor y, en esa medida, se ha ido volviendo así. La concentración de poder en Bogotá, donde están todos los cargos importantes del Estado central y, por supuesto, todos aquellos indirectos que surgen a su lado (las firmas de contratistas estatales, abogados, ingenieros, consultores…) genera la migración desde la región hacia la Capital de los mejores. Tras las mejores universidades sale la mayoría de los buenos estudiantes, en busca de colocarse en las posiciones de importancia. Y con buenos salarios salen y se van buenos profesionales. La pérdida de su élite intelectual debilita a la provincia. Los regionales llegan a conformar la llamada ‘rosca rola’ y, embebidos por la doctrina de los ‘tecnócratas’, utilizan sus conocimientos académicos para desechar y desestimar los deseos, las necesidades y las decisiones de la provincia a la que miran despectivamente. Las políticas públicas diseñadas por Bogotá suponen una ‘nación’ que no existe, con prioridades que no son compartidas. Y el centralismo es más: es el menosprecio por las autoridades locales regionales, es medir las políticas públicas de acuerdo con los intereses urbanos y a las necesidades de Bogotá, es la aspiración a que todo el país sea como la Capital, es la indolencia ante el sufrimiento de los ciudadanos de zonas apartadas; es ignorar el valor de la seguridad para la provincia, el desconocimiento de las realidades rurales. Hay una tensión entre dos maneras de entender a Colombia. Una que sueña con hacer del país una cosa distinta de la que es, y que se empeña en cambiarla a través de la imposición de lo que se considera importante y deseable. Otra, que interpreta el sentimiento nacional y lo reconoce como valioso. La tensión se ha manifestado a lo largo de la historia y es posible evidenciarla en los gobiernos. La valoración de los gobiernos –hecha por la gran prensa que se asienta también en Bogotá- se hace sobre esos mismos preceptos. Colombia no tendrá un destino promisorio sino se descentraliza. No podemos todos terminar en Bogotá, ese no es un modelo justo, ni siquiera viable. Los avances en materia administrativa son insuficientes; la región sigue siendo inferior, no tiene capacidad de mando y sus economías –salvo unas pocas- son precarias. Debemos ser creativos, pues extirpar una cultura arraigada no es fácil. Aventuro una utopía: ¿Qué tal dividir el Estado entre todas las capitales nacionales? Que cada Ministerio o agencia o paquete de entidades –con un presupuesto similar- traslade sus oficinas –con funcionarios y presupuesto- a las diferentes capitales de departamentos. Entonces el gobierno estaría obligado a mirar de frente las necesidades de cada región. Las capitales encontrarían un polo de desarrollo, no sólo por la creación de un mercado para suplir las necesidades de todos los funcionarios, sino los negocios que representa el desarrollo de un sector; todo lo que tiene que ver con el transporte, el ambiente o la defensa, concentrado en una sola ciudad. http://www.elpais.com.co/elpais/opinion/columna/paloma-valencia-laserna/hoy-atiendo-provincia

viernes, febrero 17, 2012

Otros disparos de Navarro

Quienes hacen parte del quehacer político están abiertos a la discusión de sus decisiones; como mi abuelo, el expresidente Guillermo León Valencia no está vivo para avivar el debate, me tomaré la vocería para responderle al señor Navarro, que lo calificó como el peor presidente de Colombia. Sea lo primero resaltar que parece natural que el presidente Valencia no sea bien recordado por los militantes de los grupos alzados en armas, pues él fue contundente en el ejercicio de la autoridad. En aquellos lejanos tiempos los terroristas ocupaban puestos, pero en las cárceles. Sus ejecutorias contra la violencia lo hicieron merecedor del título de Presidente de la Paz. Al final de su gobierno no hubo ni un solo policía muerto por acciones violentas. La paz se hizo en defensa del pueblo raso, pues los sediciosos de hace 50 años –como los de ahora- abrían sobre el suelo de Colombia surcos regados por torrentes de sangre campesina. Lo acompañaron en su gabinete ministerial figuras cimeras de todos los grupos políticos que configuraban el espectro político de la Nación; y es necesario reconocer esos nombramientos como su primer acierto, pues configuró un gobierno con todas las tendencias. Con ellos Valencia alcanzó ejecutorias memorables. Fue Belisario Betancur su ministro de Trabajo y basta recordar que los grandes líderes sindicales de su época, Tulio Cuevas, presidente de la UTC y José Raquel Mercado, presidente de la CTC, dijeron sobre Valencia que nunca, bajo ningún gobierno, la clase trabajadora había obtenido tantos beneficios y respaldo. Pero es apenas natural que el señor Navarro no quiera recordarlo, pues el M-19 secuestró y asesinó al que fuera el presidente de la CTC. Un crimen atroz del que también salieron impunes el señor Navarro y sus amigos. Con su ministro de Minas, Juan José Turbay -gran líder de la izquierda nacional del MRL-, determinó que los obreros de Ecopetrol participaran en un porcentaje de las utilidades generadas por la empresa. El celebrado doctor José Félix Patiño, quien fuera ministro de Salud, logró con Valencia la aprobación de las drogas genéricas, lo que significó el acceso a los remedios para los más pobres. Y también para ellos, se eliminó la cuota inicial de las viviendas populares y se construyeron más casas que en cualquier gobierno que lo precediera. La conformación de la Junta Monetaria -antecesora de la actual Junta del Banco de la República- llevada a cabo con su ministro de Hacienda, Carlos Sanz de Santamaría, cambió el manejo de la política económica y monetaria. Con el ministro de Educación, Pedro Gómez Valderrama, el aporte para la educación alcanzó el 20% del presupuesto, lo que permitió mejorar y fortalecer la preparación de la juventud. La infraestructura creció con obras de magnitud: la carretera Cali-Popayán, calificada como la mejor del país en la época; el puente sobre el río Magdalena en Barranquilla y el no menos importante puente en el Ariari. En el gobierno de Valencia no eran imaginables los ‘carruseles de la contratación’. Nunca cayó sobre Valencia siquiera la sombra de una sospecha. Hubo muchos otros triunfos con los grandes hombres que lo acompañaron, pero el espacio me impide avanzar. La gesta política de Valencia -hecha con la fuerza de su palabra- está abierta al juicio histórico. El señor Navarro, que logró figuración como parte del M-19 -responsable de secuestrar, asesinar y de la toma del Palacio de Justicia pagada por Pablo Escobar para silenciar a los jueces-, tuvo resultados que se salvaron del juicio de la justicia. http://www.elpais.com.co/elpais/opinion/columna/paloma-valencia-laserna/otros-disparos-navarro

lunes, febrero 13, 2012

Las dos caras de la diplomacia

Muchos colombianos se han mostrado satisfechos con las gestiones que ha realizado la canciller Holguín en lo que se refiere al manejo de las relaciones con los gobiernos vecinos de Venezuela y Ecuador, que durante el gobierno Uribe fueron tensas, cambiantes y difíciles. Discrepo de quienes alaban sus gestiones y parece que con cada día que pasa se hace más evidente que podría haber equivocaciones que harían insostenible la amistad con semejantes vecinos. Colombia tiene una larga tradición de buenas prácticas en la diplomacia, pero de un tiempo para acá algunos consideran que la diplomacia acertada es mantener las relaciones con todos los agentes sin consideraciones; ser amigo sin importar, ni cuestionar. Habría que evaluar semejante postura que convierte a la diplomacia en algo que pretende agradar a todos. Creo que la diplomacia implica mantener las relaciones y mejorarlas al servicio de los intereses nacionales. Y no sólo eso, hay principios sobre el “deber ser del mundo” que tienen que regir esas relaciones. La diplomacia también debe atender a las sutilezas políticas de que son capaces los Estados que alientan posturas contra el modelo nacional o contra Estados que apoyan el terrorismo o que tienen ánimos bélicos; se pueden emitir críticas y pronunciamientos. Estamos viendo cómo la alta diplomacia es capaz de consolidar acuerdos para que mediante resoluciones de la ONU se descalifiquen los gobiernos hostiles o incluso a aquellos que atropellan los propios nacionales. La alta diplomacia actúa contra lo que es injusto. La diplomacia que se limita a tragarse sapos no parece sana. Tener liderazgo no es decirle sí a todos a pesar de lo que hagan, ser líder tiene que atender los intereses nacionales y convencer a la comunidad internacional de la necesidad de apoyar nuestras causas. Por mencionar sólo algunos hechos recordemos el nombramiento de Rangel Silva como ministro de Defensa de Venezuela; un personaje señalado por el propio ‘Raúl Reyes’ en sus correos como amigo y alcahueta de las Farc; y eso que la Fiscalía no ha dado a conocer el contenido de los computadores del ‘Mono Jojoy’ y de ‘Cano’ (¿Cuándo conoceremos su contenido?). Tratamos de ignorar temas tan delicados como los campamentos de las Farc en Venezuela y las denuncias sobre la presencia de ‘Timochenco’ en ese territorio, pero hoy los desmovilizados aseguran que ‘Timochenco’ está allá, los informes muestran cómo los vueltos del narcotráfico utilizan ese país, se le incautan misiles antitanque -de origen ruso- a las Farc, en fin. Es claro que el vecino, a lo menos, no combate las Farc; un grupo terrorista que vuela los pueblos y asesina a los colombianos, convirtiendo este enero en el más violento de los últimos ocho años. El Alba que exige la presencia de Cuba en la Cumbre de las Américas. EE.UU. fijó su posición cuando dijo que Cuba no cumple los requisitos para hacer parte del evento, pues no es una democracia. La Canciller insiste en que Cuba quiere asistir; pero la diplomacia de los implicados es diferente; los EE.UU. no aceptan el régimen de los Castro; y nuestros mejores amigos quieren imponer su posición, así que nos dejarán seguramente, plantados. ¿Qué beneficios nos dejan estas amistades? A quienes insisten en comercio, exportaciones y empleos habría que preguntarles: ¿será que la vida y la libertad de algunos compatriotas valen menos que esos negocios? No se debe olvidar que los secuestrados, los muertos y los atentados causados por las Farc afectan a muchos ciudadanos, que aunque estén distantes y sean humildes, son colombianos cuya tragedia conmueve y solidariza a la nación colombiana. http://www.elpais.com.co/elpais/opinion/columna/paloma-valencia-laserna/dos-caras-diplomacia

lunes, febrero 06, 2012

No son sólo percepciones

Al inicio del gobierno Santos se dieron los primeros ataques de las Farc y se alzaron voces de alarma; el Presidente las descalificó. Algunos todavía insisten en que se trata de un ánimo revanchista de los uribistas. Lo cierto es que este ha sido el peor enero de los últimos 8 años; y febrero se inició con la muerte de 18 compatriotas y más de 100 heridos. Son hechos que el Gobierno no puede seguir ignorando. Está pasando; la violencia está reviviendo. Hay quienes somos muy sensibles ante la seguridad, pues consideramos aquel, el valor fundamental de la sociedad organizada. Las teorías que intentan explicar la existencia del Estado muestran un vínculo entre la necesidad de protección y la existencia del Estado. La seguridad es el cimiento de la legitimidad estatal, la base para la prosperidad. Aún si dejamos de lado la filosofía, se trata de un mero sentimiento de afinidad con otros colombianos; que no por vivir en zonas alejadas pueden ser olvidados. El país no puede concentrarse en mirar cifras económicas y exaltarse por el crecimiento de la minería y deleitarse por la inversión extranjera, cuando el terrorismo se lleva por delante la vida, las viviendas y la tranquilidad de algunos colombianos. No se puede llamar nación a aquella que es indiferente al dolor de unos ciudadanos. El otro pilar sobre el que se erige el Estado es la administración de Justicia. La función de resolver los conflictos sociales a través del Estado se asienta en la idea de que un tercero, neutral y poderoso, es capaz de juzgar los hechos y resolver -de acuerdo a las normas- con un sentido de justicia. En Colombia cada vez son más los que se sienten inseguros ante la Rama Judicial. La confianza en sus fallos decrece. La politización de la Justicia se vio cuando los magistrados salían de sus cargos para adentrarse en campañas políticas, pero se hizo notoria cuando políticos pasan a ser magistrados. Es el caso de uno de los autores del fallo contra el coronel Plazas Vega; Alberto Poveda Perdomo fue representante a la Cámara por el Frente Social, de ideología izquierdista. Es evidente que todos tenemos cargas políticas, es humano; pero no es aceptable que quienes militan con beligerancia en las ideologías pretendan luego impartir justicia. Los juicios políticos corresponden al Congreso, pues este es elegido democráticamente y por ello se supone un reflejo representativo de la sociedad. En la jurisdicción no hay representatividad democrática, y sus decisiones deberían ser neutrales o pretender serlo. Colombia requiere una reforma judicial total que tome en serio el problema de la politización; tribunales conformados teniendo en cuenta la ideología política y la conformación democrática del país; jurados de conciencia integrados por ciudadanos; en fin, mecanismos que reconozcan que las fuerzas ideológicas están presentes y por ello es necesario integrar el sentir nacional a la hora de decidir lo que es justo. Colombia no puede seguir de espalda a estos dos problemas; dos de los pilares fundamentales del Estado están en crisis. Frente a la violencia el Estado tendrá que actuar, y resolver la desmotivación de las FF.AA., ligada en algún sentido a la politización judicial. Es difícil articular una estrategia para solventar la cuestión de la justicia, pero debemos ser creativos. La reforma en trámite no resuelve casi nada. No se trata de revanchismos ni de luchas ideológicas o entre las ramas del poder; es un conflicto que surge de un pobre diseño institucional que debe ser acoplado a las realidades fácticas del país. http://www.elpais.com.co/elpais/opinion/columna/paloma-valencia-laserna/son-solo-percepciones