Columnas de opinión y análisis de la actualidad de Colombia publicadas los sábados en el periódico EL PAÍS - Cali


viernes, agosto 26, 2011

¿Qué es ser pobre?

“Si no me lo preguntan, lo sé; pero si me lo preguntan, no sé explicarlo”, decía San Agustín sobre el tiempo, y tal vez el comentario es útil para referirse a la pobreza. Todos sabemos qué es ser pobre, pero si hay que explicarlo las respuestas se limitan, se complican y no coinciden. Para elaborar políticas públicas que pretenden erradicar la pobreza, lo primero es tener una noción sobre qué es ser pobre. Sin eso la acción estatal es inconducente. La nueva metodología que presentó el Gobierno Nacional sobre la pobreza está dando pautas; fueron elegidas cinco dimensiones que cobijan 15 variables que definen lo que es ser pobre en Colombia; entre otras: informalidad, desempleo de larga duración, no aseguramiento en salud, no acceso a agua mejorada, bajo nivel educativo…

Si entendemos ‘pobre’ como aquel que le faltan al menos 5 de los 15 parámetros, tenemos que en Colombia la pobreza está en el 30,7%; una cifra que ha venido disminuyendo, pues en 1997 era de 59,9% y en el 2003, de 48,8%. Aún así, seguimos rezagados en la eliminación de la pobreza rural. El hecho se explica porque la mayor parte de la población está en las ciudades y las políticas públicas han sido diseñadas para atender esas necesidades. El campo colombiano permanece desatendido, las políticas para ese sector han sido escasas y no hay estudios suficientes para entender la situación de los habitantes rurales pobres y responder adecuadamente a sus requerimientos.

Observando el mapa de la incidencia de la pobreza rural que diseñó el DNP lo que resulta más interesante es el dibujo del modelo centralista que caracteriza al país. La pobreza es menor en la medida en que se esté cerca de Bogotá; con contadas excepciones, la pobreza aumenta a medida que se expande el mapa del centro hacia fuera. Es sorprende que el centralismo sea evidente -en colores- hasta en un mapa. Aquello pone de presente la necesidad de profundizar la descentralización y atender a las regiones apartadas. Muchas de estas zonas, como los Llanos, el Pacífico y la Amazonia, tienen poca población. Ello explica que el Estado no les haya dado prioridad. Hay también departamentos muy habitados en el sur occidente como Nariño y Cauca. Es necesario que el país torne su mirada hacia las periferias, y atienda esos ciudadanos que -muchos o pocos- también son colombianos.

La otra aproximación a la pobreza es la que analiza a los hogares por ingresos. Se considera que alguien es pobre cuando tiene menos de $177 mil pesos para vivir al mes en el sector urbano y $106 mil en el sector rural. Así las cosas, en la ciudad un salario mínimo alcanza para una familia de tres miembros; mientras que en el campo da para cinco personas. Vista la pobreza desde el aspecto monetario -que hoy es de 37,2%- vemos que para el período 2002-2010 la pobreza se redujo en 12 puntos y la pobreza extrema en 5,2 puntos. Es evidente que aún nos falta, pero que se está cumpliendo la tarea. Venezuela, que en los últimos 12 años invirtió las gigantescas rentas petroleras –que Colombia no tiene-, se configuró con un sistema socialista y tiene una población pequeña (28 millones, mientras que Colombia tiene 45 millones). Allá se redujo la pobreza tan sólo 5 puntos más que en nuestro país.

El camino es largo. Persiste una desigualdad que aún en el contexto latinoamericano es alta. Es aún más difícil diseñar estrategias para combatir la pobreza. El mejor antídoto es el empleo formal, pero no es fácil generarlo. Mientras tanto los programas de asistencia social se convierten en una herramienta poderosa. El establecimiento de estos 15 parámetros plantea retos concretos para cada uno de los ministerios y enfoca inequívocamente las acciones estatales. La meta propuesta por el gobierno es que tengamos la pobreza en 22% hacia 2014.

http://www.elpais.com.co/elpais/opinion/columna/paloma-valencia-laserna/ser-pobre
Agosto 26 de 2011 - 20:15

viernes, agosto 19, 2011

La versión de Uribe



Finalmente Uribe rindió su versión libre, diligencia fundamental para demostrar su inocencia en el escándalo de las ‘chuzadas’ del DAS. Como es característico en el expresidente, habló de manera clara y enfática, sin dejar sombras ni sospechas. La versión libre fue lo que debe ser: un momento para que quien ha sido señalado pueda presentar él solo y de manera espontánea los hechos. No es un interrogatorio de parte, ni es una indagatoria.

Pero, las ‘víctimas’ sostienen que se violentan sus derechos al no permitirles interrogar a Uribe. Vale recordar que en la audiencia pasada fue Uribe quien estuvo privado de la palabra y el ejercicio consistió en una serie de agravios y acusaciones contra él que no pudieron ser siquiera respondidos.

Las víctimas han impetrado una tutela ante la Corte Suprema para pedir la anulación de la diligencia y hacer otra en la que ellos estén facultados a la interpelación. El asunto nos devuelve al debate sobre la pertinencia de las tutelas y el órgano que debiera ser competente para conocerlas.

La tutela, a pesar de ser un mecanismo que ha causado muchos traumatismos en la estructura judicial -rompió las jerarquías y revolvió el aparato institucional-, ha mostrado resultados efectivos ante la necesidad de justicia.
En medio de la estructura, los trámites, las leyes, los procedimientos; la rama jurisdiccional colombiana parecía haber dejado de lado la consideración elemental por los derechos de los ciudadanos y la obligación de que en medio de los procesos de formas kafkianas prevalezcan los principios. La tutela envió el mensaje de que lo importante es la justicia y no la forma; jerarquía necesaria para que los ciudadanos se integren al Estado de Derecho.

A pesar de las virtudes del mecanismo, muchos han sido sus defectos. Basta recordar que en el sistema de salud impetrar una tutela para ciertos tratamientos se convirtió en un obligación de los pacientes, congestionó el sistema y demeritó el instrumento. Así mismo, la tutela ante jueces de menor jerarquía para impedir las decisiones de aquellos de mayor, dio para todo tipo de atropellos. La corrupción tuvo cabida y muchas tutelas fueron vendidas para evitar sanciones y condenas ajustadas a la Ley. Tal vez el tema más controvertido es el de las tutelas contra las providencias de las altas cortes. Aquello desdibujó la última instancia.

La reforma que propone el Consejo de Estado según la cual cada una de las altas cortes debe ser la última instancia en materia constitucional, en cada área, es equivalente a decir que no habrá supremacía constitucional. La idea de una Corte Constitucional es precisamente que exista una voz que dé una sola y coherente lectura de la carta. Una Constitución, por su naturaleza misma, es un cuerpo abierto a la interpretación, se trata de principios generales cuyo desarrollo e implementación requieren un ejercicio hermenéutica. Si hay varios órganos interpretando habrá tantas variaciones como intérpretes.

Ahora bien, la Corte Suprema y el Consejo de Estado no quieren que la Corte Constitucional tenga la última palabra; ello debilita el poder de sus fallos. Visto el asunto desde el contexto nacional es evidente la necesidad de que sea un ente el único con facultades para fallar en términos constitucionales. El resto del aparato debe seguir esos lineamientos. Ahora bien, las tutelas contra fallos de las Cortes debe ser limitadas y bien demarcadas, pero la única instancia constitucional, debe ser la Corte a la que la Constitución le da su nombre.

Nota: ¿Puede la Corte Suprema, que ha tenido un enfrentamiento personal y directo con Uribe, que todo el país conoce, resolver asuntos sobre su proceso; o deben sus magistrados declararse impedidos?

http://www.elpais.com.co/elpais/opinion/columna/paloma-valencia-laserna/version-uribe

viernes, agosto 12, 2011

El negocio de la paz


Al parecer el país se alista para un diálogo de paz con los grupos terroristas de las Farc y el ELN. Así lo indican dos hechos: la petición de Piedad Córdoba al solicitar la liberación de los “capturados” y la reforma constitucional que se presentará al Congreso para que el Estado y el Presidente tengan las herramientas para adelantar negociaciones de paz.

Negociar para salir de los conflictos es lo ideal. Evitar la violencia innecesaria debe ser siempre el principio. La cuestión es más de fondo, ¿qué tanto está dispuesto el país a ceder por la paz? Y ¿cuándo resulta más favorable para la sociedad la negociación y no la utilización de la fuerza contra los violentos?
No es fácil contestar las preguntas que Colombia tiene que enfrentar. No pretendo hacerlo, sólo plantearlas en una dimensión parcial, para que cada lector las evalúe.

Negociar es llegar a acuerdos y las soluciones donde ambas partes quedan satisfechas requieren cesiones. El país ha optado siempre por ceder mucho ante los violentos: programas de reinserción con ayudas en tierras, ingresos, capacitación; capitulaciones políticas, nombramientos e incluso el orden constitucional.

El Frente Nacional es el único experimento para contener la violencia política donde la idea no se limitó a cederle a los violentos. Entonces la búsqueda del poder generaba los enfrentamientos, la violencia se ejercía sin misericordia y los liberales y conservadores se mataban unos a otros. Los líderes de la época no fueron inferiores al desafío y lograron un acuerdo entre esos dos partidos para que las presidencias fueran conjuntas; un periodo para los liberales y otro para los conservadores. Muchos han malinterpretado el Frente Nacional aduciendo que era excluyente y dejaba a las demás fuerzas por fuera; eso no es cierto. Otros segmentos políticos –muy insignificantes entonces en el escenario- se podían presentar y se presentaban a las elecciones: el MRL y disidencias de ambos partidos. Se trataba de cesar la contienda violenta entre los dos partidos y eso se consiguió.

Colombia ha sido infatigable en su esfuerzo por acabar la violencia política a través de concesiones. Múltiples han sido las negociaciones con los violentos y la sociedad las ha entregado con generosidad. En la negociación con el M-19, por ejemplo, el entonces presidente Gaviria les concedió un indulto definitivo y los hizo parte de una constituyente. La Constitución de 1991 es fruto de ese acuerdo y a pesar de que fue elegida con un número minúsculo de votos, hoy nos rige. Pese a ello, con cada intento, la violencia toma nuevas formas y nombres.
La violencia política persiste. No hemos logrado extirparla.

Lo que esto muestra es que muchos colombianos siguen pensando que la violencia es un mecanismo político eficaz.
La historia sigue dándole a muchos la impresión de que el camino violento es conducente. Ello tal vez se explica porque el final de los violentos no ha sido congruente con el mal que han hecho. El M-19, después de acribillar la Rama Jurisdiccional en la toma del Palacio de Justicia, recibió premios que difícilmente sus miembros habrían alcanzado desde una carrera política. En muchos pueblos de Colombia los reinsertados reciben ayudas que no le llegan al campesinado honesto y pacífico. Ello puede tergiversar el mensaje.

La negociación con los paramilitares es la única que deja la impresión de que a los violentos les va mal. Ese es uno de los resultados más importantes que se logró. Estamos ahí, por primera vez; eso nos obliga a reflexionar sobre el largo plazo, sobre las generaciones venideras. ¿Hasta cuándo y cuánto más podemos ceder?

Ya sabemos que la violencia no tiene justificación, ¿cómo hacérselo entender a quienes persisten en ese camino?

12 de agosto 2011
http://www.elpais.com.co/elpais/opinion/columna/paloma-valencia-laserna/negocio-paz

lunes, agosto 08, 2011

Álvaro Pío Valencia



Se conmemora el centenario del nacimiento de Álvaro Pío Valencia, personaje que merece destacarse por su trayectoria como humanista de izquierda y sobre todo por haber sido uno de los seres humanos más extraordinarios que ha dado Popayán; desprendido, generoso, sencillo y sabio. Fue pionero en el pensamiento marxista en el país, rector de la Universidad Santiago de Cali, profesor de varias universidades y gestor de muchas causas populares como cooperativas, barrios y representó a sus electores en el Consejo de Popayán.

El era un marxista convencido de que el mundo puede y debe ser mejor. Su búsqueda por la justicia social y el reconocimiento de las necesidades y los derechos de los más pobres fueron el motor de su existencia. Como maestro siempre inculcó a sus alumnos un imperioso compromiso con la lucha por la justicia, con la exigencia del cambio: “El reajuste moral de un pueblo sólo puede hacerse sobre el afianzamiento de sus altos ideales y el desenvolvimiento del sentido natural ante la vida. Es preciso eliminar el artificio de costumbres equivocadas que atan las voluntades y aprisionan a los grupos humanos produciendo fracaso y catástrofe… nada puede esperarse de pueblos acobardados por la practica de la conformidad y el renunciamiento. El hombre debe exigir a la vida cuanto ella puede dar bajo el impulso de su brazo creador”.

Pero fue un hombre de paz, un luchador del ideal que jamás confundió la necesidad del cambio con una excusa para ejercer violencia: “El ideal comunista nos impide asesinar. Defendemos la vida contra todas las fuerzas que se le oponen. Se castiga el delito y la traición pero de frente, con juicio previo y pruebas. Condenamos la anarquía… El sistema de Bakunin quedó condenado por la Internacional Comunista, desde el momento en que apareció y fue sancionado siempre por Lenin y Stalin como forma inaceptable de lucha. La anarquía no es comunista… es anticomunista y sólo sirve a los tiranos para afianzarse en el poder”.

Valencia siempre tuvo la postura del héroe que es capaz de morir por su causa, pero que fiel a sus ideales jamás aceptó la fuerza como mecanismo de persuasión: “Tengo para mí que el sentido heroico de la vida es el único capaz de hacer grandes a los pueblos. No hay que confundir el valor de matar con el valor de morir. El crimen es una demostración palpable de acercamiento a la bestia. El golpe taimado, la eliminación del adversario por la espalda, demuestran la necesidad de ideales, de heroísmo. Del duelo al asalto hay un abismo insalvable. Es necesario ser verdaderamente hombre para ser heroico”.

Las lecciones de Valencia siguen siendo valiosas, pues todavía hay quienes en esta atormentada tierra promulgan la infamia de que existen ideales que justifican la violencia como mecanismo. La fuerza es sólo de quien no tiene ideas y no es capaz de el heroísmo que los grandes cambios requieren: Gandhi y Mandela, son prueba de que la resistencia pacífica, la capacidad de sacrificio son los elementos que las transformaciones sociales atienden. La violencia es de los débiles que no entienden que los mundos mejores no los son, si no se ajustan también los mecanismos mediante los que se construyen.

Creo que no hay ninguna frase que defina a Valencia, como la suya propia sobre el Quijote: “Sólo su fe jamás abatida ni vencida lo hizo cantar el himno de la grandeza soñadora, su heroísmo estuvo en el silencio en que quiso envolver sus íntimos dolores; y su triunfo en el homenaje universal que canceló más tarde la gran deuda con el vencedor de tantas lides”.

5 de agosto de 2011
http://www.elpais.com.co/elpais/opinion/editorial/paloma-valencia-laserna/alvaro-pio-valencia