Columnas de opinión y análisis de la actualidad de Colombia publicadas los sábados en el periódico EL PAÍS - Cali


sábado, diciembre 22, 2012

Deseo de fin de año

Tuve un profesor en el colegio del que aprendí muchas cosas; fue mi profesor durante varios años, de español y también de filosofía. Enseñaba en el colegio de las monjas Josefinas, y si recuerdo bien, era profesor del Inem y de algún otro colegio de Popayán. Siempre iniciaba el año con una reflexión sobre lo que le pedía al curso; no a las alumnas, ni al colegio; sino a esa sumatoria de esfuerzos suyos y nuestros, a esas interacciones y esos diálogos. Era siempre un discurso elocuente que en mucho superaba nuestra capacidad de comprensión. Era enigmático y sonaba muy profundo. Fueron misterios que atesoré, como tantos otros momentos, con la ilusión de que algún día llegaría a descifrar algo de su significado que ya presentía valioso. Sin pretender tal virtud en mis reflexiones, hoy cuando vamos a iniciar otro año más, quiero compartir con los lectores una sola palabra que todavía resuena en mi memoria desde el ya lejano séptimo grado: humildad. Ya he olvidado sus palabras exactas, las frases que la justificaban, pero me queda esa sensación de sorpresa que me causó cuando Eduardo Camargo, mi profesor, le pidió al curso que le concediera al menos algo de Humildad. Qué pequeña palabra para tan gran virtud. Esa de saberse limitado y falible; aquella que exige escuchar a los otros porque los reconoce como iguales. Esa que nos obligaría a no ser excesivos, ni mezquinos, ni soberbios. Valor que exige el poner a prueba en todos los pensamientos, someterlos al juicio de los otros, a saber siempre que nuestras ideas son sólo opiniones. Buena falta nos hace la humildad en este país sumido en una contradanza donde se dan dos pasos adelante y dos atrás, donde las fuerzas políticas a veces son mezquinas y tramposas y a veces son un ejemplo vigorizante. En esta nación donde algunos se creen con el derecho de implantar sus ideas por la fuerza y otros simplemente utilizan las armas para vivir sin reglas; hay también otros que persisten en vivir entre los límites y respetan las filas, los semáforos, las normas simples para demostrar que la vida en sociedad exige siempre el esfuerzo. En el país de los abismos entre las riquezas desaforadas e ilegales y las absurdas pobrezas espirituales; en estas tierras donde el sol, la lluvia, las nubes y el viento está presente todo el año. Tantos contrastes parecen confundirnos hasta los límites ridículos de volvernos ciegos. Dejamos de ver a los otros. Ya no sentimos sus alegrías, y menos sus sufrimientos; no vemos sus caras en las calles, ni sus sonrisas, sus disgustos o sus miedos. Sea esta una plegaria para que todos los colombianos recibamos el regalo de la humildad. Esta virtud que encierra tantos misterios como fuerza, guarda una íntima relación con la capacidad de ver al otro. Ese que aun sin que lo sepamos, sin que lo notemos, se afecta con nuestros actos y con nuestras negligencias. Humildad para saber que nuestros deseos, nuestros afanes, nuestros anhelos, hacen parte de una larga lista, donde estamos incluidos todos. Y que todos los beneficios que obtenemos por las vías cortas, están siempre afectando a ese otro que sí estaba haciendo la fila. La humildad invita siempre a la paciencia, pero jamás a la derrota. Quien es humilde sabe que puede estar equivocado, pero no por eso cesa. Persiste en avanzar siempre alerta para respetar al otro, siempre atento para descubrir sus propios errores; porque quien es humilde jamás podría justificar dañar a otro. http://www.elpais.com.co/elpais/opinion/columna/paloma-valencia-laserna/deseo-fin-ano

Tres sombras

Esta semana reaparecieron tres sombras sobre la realidad nacional. La economía no creció como se suponía que lo haría; dice el Gobierno que se explica por la baja en la construcción. Es una manera solapada de culpar a Petro, pues el Gobierno viene insistiendo que las complicaciones que ha impuesto la Alcaldía han detenido el crecimiento de la construcción en la capital. Si bien el argumento tiene algo de razón, hay otras señales que no pueden pasar desapercibidas. El recaudo tributario ha empezado a retroceder, aquello muestra que las empresas y las personas no están solventes. Los indicadores sobre el crecimiento industrial no son alentadores. El Gobierno que ha insistido en que todo está bien, ahora dice que precisamente por eso presentó la reforma tributaria. Por otra parte terminamos el año embarcados en una mesa de negociación con las Farc. Algunos siguen ilusionados en que aquello nos acerca a la paz. Otros sentimos que el solo hecho de haberle dado interlocución a un grupo tan temible de narcoterroristas está dándole vigencia a la idea de que la violencia puede tener réditos políticos. Fedegan no asistió al Foro que habían programado la Universidad Nacional y la ONU. Santos calificó a su presidente como irracional, en tanto que ‘Iván Márquez’ lo tildó de paramilitar y lo acusó de intentar sabotear el foro y el proceso. ¿Qué tal las Farc intentando señalar, cuando sus manos están llenas de sangre de los colombianos? La estigmatización que intentan hacer las Farc es ridícula: ellos el mayor cartel de tráfico de drogas y los autores de crímenes como secuestros, voladura de pueblos, de infraestructura, asesinatos, extorsiones… En Colombia todos las organizaciones y grupos económicos han tenido infiltración de algún grupo ilegal; eso no convierte a esos grupos en cómplices de las atrocidades de los que pretenden poder a través de las armas. Las razones que tienen los ganaderos para no ir son válidas y hacen parte del debate democrático. ¿Qué pensaría el sector financiero si tuviera que enfrentar una eventual expropiación por decisión de las Farc? ¿Qué, los empresarios, los constructores o los médicos? Todos queremos la paz, en especial los ganaderos que han sido una de las mayores víctimas de las Farc, pero eso no necesariamente tiene que llevarlos a darle a la guerrilla la vocería para opinar o decidir cómo debe ser el desarrollo agropecuario del país. El Gobierno no puede pretender que los verdugos vengan ahora a jugar de redentores, menos de jueces morales. La ley que proscribe y castiga esos terribles crímenes que han cometido las Farc debe aplicárseles; eso es lo que piden los ganaderos, y con ellos varios colombianos. La terrible sentencia de La Haya que nos despojó en un solo golpe de una fracción muy importante nos mostró la precariedad de nuestra diplomacia. Nuevamente la Nación resultó condenada en las Cortes Internacionales, por hechos que han sido bien conocidos en el país, por ser una farsa. La condena por el supuesto bombardeo a Santo Domingo lesiona el buen nombre de nuestras instituciones, y como lo han señalado muchas voces se sospecha de ONG que se han dedicado a buscar la manera de obtener recursos a través de las demandas al Estado, incluso con falsas víctimas. Es hora de que Colombia abandoné los tribunales internacionales. No nos va bien; basta recordar que el abogado para este importante caso se nombró dos días antes de que vencieran los términos para presentar los alegatos. http://www.elpais.com.co/elpais/opinion/columna/paloma-valencia-laserna/tres-sombras

sábado, diciembre 15, 2012

Fuero Militar

La aprobación del Fuero Militar ha generado mucha polémica, sobre todo entre las organizaciones internacionales de derechos humanos. La catalogan como una reforma que garantiza la impunidad. Nada más tendencioso. El Fuero Militar es una forma de presunción de inocencia más fuerte que la de los particulares. Se trata de asumir que las acciones de un miembro de la Fuerza Pública hacen parte de sus operaciones; y se le da el beneficio entonces, de que sean un tribunal militar el que evalué si fue o no así, y de serlo lo juzgue; de no serlo lo envíe a la Justicia ordinaria. Es una garantía necesaria y justa. La Fuerza Pública en Colombia no sólo porta las armas como símbolos de defensa del régimen constitucional, sino que se ve en la obligación de usarlas para repeler los ataques de grupos ilegales para apoderarse del Estado y someter a la población. Las condiciones de esa vida -que no es fácil, ni suntuaria- aumentan los riesgos de quedar inmerso en hechos que involucran muertes y violencia. Es evidente que un error de quien carga armas causa un gran daño. Además las condiciones de sentirse vulnerable, amenazado, en estado de zozobra por la posibilidad de un combate, aumenta la posibilidad de que se cometan esas fallas. Esos riesgos que asumen a nombre de la Nación, deben generarles unas correlativas garantías. La Nación tiene que aportarles respaldo, pues es ella, y no los militares quienes se benefician de esa actividad. Lo cierto es que los militares sienten que existe una guerra jurídica en su contra, y que la están perdiendo. Para mostrarlo señalan que hay más militares presos que paramilitares y guerrilleros. Así también, relucen las sentencias de jueces que les niegan cualquier beneficio a los militares aduciendo la peligrosidad del sujeto, que se demuestra con la lista de cursos de combate y de condecoraciones. Se los acusa de ser máquinas de matar que no pueden gozar de los beneficios que se les dan a las personas ordinarias. Otras donde los jueces desfogan sus prejuicios contra el Ejército al que califican, sin miramientos, de ladrones y asesinos. Casos como los de Plazas Vega, donde el Magistrado encargado tomó tiempo exclusivo para estudiar el proceso, y luego de un año de estudio, concluyó que era inocente. Los otros, sin haber estudiado el caso, negaron la ponencia y en pocas semanas lo condenaron. Cabe resaltar además que uno de esos magistrados había militado en la política de izquierda y había sido derrotado hacia poco tiempo en las urnas. Más aún, la Justicia ordinaria tampoco ha sido eficiente. No hay casi sentencias, los procesos se dilatan mientras los militares siguen detenidos, aún con los términos vencidos, con recortes en sus sueldos que les impiden mantener a sus familias. Pasan militantes de los partidos de izquierda a visitarlos para ofrecerles beneficios si acusan a sus superiores –en especial a aquellos con reconocida trayectoria en el combate. Aunque otros sostienen que no existe la guerra jurídica, lo cierto es que la Fuerza así lo siente, y para mantener su ánimo es fundamental darles garantías. Las Fuerzas son las primeras en querer evitar la impunidad, pues no existe en ellas una agenda criminal. Hay fallas, errores, casos aislados; que las propias fuerzas han venido corrigiendo. Han demostrado de manera constante su compromiso por mejorar, proteger los derechos humanos, y dar la guerra cumpliendo todos los preceptos de la ley y de los códigos de honor que los inspiran. http://www.elpais.com.co/elpais/opinion/columna/paloma-valencia-laserna/fuero-militar

sábado, diciembre 08, 2012

No perder de vista

Las negociaciones de paz avanzan sin que le importen ya a muchos colombianos. Parece natural que los colombianos pierdan el interés sobre el proceso, porque nuestra agitada realidad nos desvía hacia otros temas, además de la escasa esperanza que suscita. No es menor que nuestro Gobierno esté negociando a puerta cerrada con unos de los narcoterroristas que han venido desangrando a Colombia. Los negociadores del Gobierno mantienen hermetismo sobre lo que se está pactando. ¿Se tratará de una revolución por decreto? ¿Es cierto que ya se negocian los términos de la amnistía? ¿Qué pactó sobre desarrollo territorial esa mesa? En La Habana, las cabecillas del secretario se bajan con soberbia de los BMW rodeados de camionetas, cargando el maletín Louis Vuitton, el Mont Blanc. Exigir consistencia entre el discurso y las actuaciones se vuelve especialmente importante en este caso, pues muestra la sinceridad de los negociadores, de sus discursos. No son sólo maletines y bolígrafos que sin duda todos necesitamos, los que llevan son los símbolos de la opulencia capitalista. Esas marcas tienen como propósito mostrar riqueza, relievar la desigualdad; esa que los ‘guerrilleros’ tanto critican. ¿Lo que les molesta no es la exclusión general, sino la propia? ¿Lo que buscan es lograr beneficios para ellos? ¿Ese será el sentido de esta negociación, favores para los del secretariado? Tenemos que atender a los hechos de esta negociación, pues su sola existencia ya nos cuesta mucho como sociedad. El Estado pierde la legitimidad para imponer la ley a sus ciudadanos, luego de que decide darle justificación a la inaplicación de la ley que prohibe el secuestro, el terrorismo, el asesinato; los más atroces crímenes… En tanto que las Farc ya obtuvieron beneficios: los micrófonos. La estrategia de manejo de medios internacionales se desarrolla bien desde La Habana; las Farc mienten como siempre lo han hecho. La discusión sobre si las Farc tienen o no secuestrados es ridícula, y ofensiva para las organizaciones civiles que desde hace mucho hacen seguimiento y reportan el número de víctimas. Niegan los secuestrados porque saben que la comunidad internacional no será tan laxa como nuestro Gobierno a la hora de juzgarlos por sus crímenes. Eso mismo pasa con la supuesta tregua; anuncian el cese al fuego para que sea titular en algún periódico internacional que se conforma con esa información y no publica ya los muertos, las explosiones, los heridos que nos dejan sus incesantes ataques. Colombia no puede ser cómplice; no puede caer en el debate; no en la desafortunada alusión de que “hay que creerles”, porque no existe ninguna razón para hacerlo, y existen, en cambio, muchas para no hacerlo. Algunos consideran que la discusión sobre el secuestro ya no tiene tanto valor porque el número de secuestrados, en algunos cuentas, ya no supera la centena. Es un problema casi superado, sostienen. El número carece de importancia; porque lo relevante es lo inalienable del derecho a la libertad; la gravedad de un hecho que rompe los mínimos de respeto por un ser humano. La maldad de los autores del delito no disminuye por el número de sus crímenes. El paso del tiempo no borra el daño causado; los miles de colombianos apartados de sus familias, encadenados, sepultados, torturados. El cinismo de las Farc llega a extremos impensables y la Nación debe estar atenta porque no puede convertirse en alcahueta. Hay mucho en juego: nuestro futuro. http://www.elpais.com.co/elpais/opinion/columna/paloma-valencia-laserna/perder-vista

sábado, diciembre 01, 2012

¿Justicia internacional?

La justicia es un valor fundador de la convivencia social. Colombia sigue rezagada en la consolidación de una rama jurisdiccional que le dé confianza a los ciudadanos, y que resuelva de manera oportuna, con los criterios establecidos en la ley, los conflictos sociales. Esta insuficiencia interna ha tratado de ser compensada utilizando justicias externas. Fue así, como en la época donde fallábamos a la hora de condenar a los narcotraficantes, buscamos el respaldo -aún muy usado- de la justicia estadounidense. Las extradiciones se convirtieron en una justicia subsidiaria que aplicábamos a través de las instituciones del país del norte. A veces parece que este mismo afán de buscar justicia nos ocupa al haber ingresado a los tribunales internacionales. Es una manera facilista de solucionar un problema de fondo en la jurisdicción colombiana: en el exterior, ante otros jueces, conseguiremos la añorada justicia. Sin embargo, a diferencia de la extradición, en esas cortes el condenado resulta siendo el Estado colombiano y a través de él, todos los ciudadanos. Nuestros impuestos, sin criterios de estabilidad fiscal, tienen que pagar abogados, condenas y el buen nombre de nuestro país sometido al escarnio internacional. El sistema de cortes internacionales, todo él, no le conviene a Colombia. La salida del Pacto de Bogotá debe estar acompañada por la denuncia de todos los demás tratados que nos vinculan a esa y a otras instancias internacionales. Esto no significa, por supuesto, que nos convirtamos en un país sin relaciones internacionales; simplemente le devuelve a la diplomacia colombiana la función de buscar soluciones concertadas para los conflictos internacionales que se presenten. No tenemos la capacidad de asumir con éxito esos procesos; cada vez somos condenados con gigantescas sumas de dinero sin que prevalezcan la verdad o la justicia. Los abogados se nombran a última hora, lo vimos en el caso del Palacio de Justicia designado cuatro días antes del vencimiento de los términos. Las estrategias son confusas, como en el caso de La Haya. Se hacen de espaldas al país y a puerta cerrada de manera que los otros abogados internacionalistas e historiadores que de buena gana aportarían, quedan excluidos. Al mismo tiempo, algunas de nuestras defensas muestran fallas protuberantes, como la condena a nuestro Estado por la masacre de Mapiripán, donde ni siquiera se tomaron la molestia de investigar a las supuestas víctimas, algunas de las cuales resultaron siendo falsas. (A propósito de lo cual existen las denuncias de la madre de una de las falsas víctimas que señaló que el Colectivo de Abogados sabía que sus hijos no estaban muertos sino desaparecidos; ¿Dónde está la investigación? ¿Las sanciones?). Un país desordenado y caótico como el nuestro, con una economía apenas floreciente, se somete a ser derrotado luego de pagar sumas exorbitantes de dinero en defensas que terminan en que tenemos que pagar millonadas en condenas. Los esfuerzos de nuestro país deben encaminarse en reformar la Justicia nacional de manera profunda, para que garanticemos a todos los colombianos, sin excepción, el acceso a ese servicio. Esa es la función esencial del Estado, no podemos delegarla en desmedro de nuestra propia soberanía, ni podemos cederla ante nuestra incapacidad. Nota: Agradezco a la Sociedad Colombiana de Prensa, en cabeza de su presidente Alfonso López Caballero, su generosa distinción con el Premio Nacional de la Comunicación y el Periodismo Alfonso López Michelsen; y a los lectores y oyentes que me enaltecen y estimulan con su respaldo. http://www.elpais.com.co/elpais/opinion/columna/paloma-valencia-laserna/justicia-internacional