Columnas de opinión y análisis de la actualidad de Colombia publicadas los sábados en el periódico EL PAÍS - Cali


viernes, febrero 23, 2007

La tragedia saber o no saber

¿Sabían o no sabían? En esta pregunta nos hemos atascado los colombianos a la hora de juzgar una serie bastante larga de políticos, ministros, empresarios, contratistas, funcionarios que terminan involucrados en escándalos de corrupción que avergüenzan al país. Y resolver si sabían o no, se vuelve un proceso especulativo infinito que no puede solucionarse sin una confesión. Es así, como tantos hechos bochornosos han quedado bajo el manto de la sospecha de que sí sabían, pero sin el peso certero de la responsabilidad.

La pregunta sobre sí, sabían o no, es absolutamente irrelevante a la hora de abrogar responsabilidades políticas, o al menos debería serlo. Valdría la pena que los Colombianos volviéramos a leer a Sófocles, que nos narra la infortunada historia de Edipo Rey que dominado por un destino trágico da muerte a Layo y se casa y engendra sus hijos con Yocasta. Los giros crueles del oráculo terminan por descubrirle que es un parricida y comparte el lecho con su madre. ¡Y él no lo sabia!

Pero, Edipo comprende que su ignorancia no es excusa; es un motivo más de escándalo. Edipo, el poderoso, debía saberlo y no lo supo. Y aunque no lo supiera, es ahora el esposo de su madre y el asesino de su padre. Su propio destino le repugna y él mismo se infringe el doloroso castigo de sacarse los ojos. Esos ojos que no le sirvieron para ver lo que le correspondía; esos ojos con los que ya no podría mirar a la sociedad traicionada. “¡Oh habitantes de mi patria, Tebas, miren: he aquí a Edipo, el que solucionó los famosos enigmas y fue hombre poderosísimo; aquel al que los ciudadanos miraban con envidia por su destino! ¡En qué cúmulo de terribles desgracias ha venido a parar!”

Edipo tiene que asumir la responsabilidad que corresponde a un cargo de alta dignidad social. ¿Y por qué? Porque la responsabilidad política no puede fundamentarse en si sabía o no, en si es o no corrupto; porque algo socialmente inaceptable sucedió; él ahora está corrupto y una sociedad no puede aceptar ni perdonar a un rey parricida. Y él mismo entiende que debe ser juzgado y sancionado por la ineptitud de no saber lo que pasa a su alrededor. ¡Como se atreve a comprometerse a cumplir las tareas mas delicadas de la sociedad sin tener la capacidad para hacerlo! Él comprende que Tebas no puede tener un rey sobre quien recaen semejantes escándalos. Su vida publica ha muerto.

Pero esa era la antigua Grecia. En la sociedad colombiana se comenten todo tipo atrocidades y los reyes no son responsables, porque no sabían. Deberían saberlo, es parte de su función, pero no lo saben. Deberían sentir vergüenza por su ineptitud, por su falla, y no la sienten. Pero por sobretodo, deberían tener una conciencia moral que coincida con los postulados éticos de la sociedad. Están involucrados, aun sin haberse dado cuenta, en hechos que avergüenzan a la nación, y deberían sentir vergüenza de sí mismos por hacer parte del escándalo, y marginarse abochornados de todo cargo de responsabilidad. Su inteligencia, su habilidad ha mostrado ser insuficiente; su persona está manchada por las dudas. Pero sucede todo lo contrario, la inteligencia de aquellos que todo lo saben, termina por convencernos de que lo ignoran todo. Es así, como el Edipo colombiano se hace rey de otro reino, disculpado por su ignorancia, y la sociedad colombiana se saca los ojos para no verlo. ¡Oh colombianos, que cúmulo de desgracias, sí no queréis ver, al menos oíd lo que nos pasa!

sábado, febrero 17, 2007

Critica a la critica

La oposición en una democracia tiene un valor incuestionable, pues tiene ojos abiertos para señalar fallas y sugerir modificaciones a los procesos. Y tenemos que reconocer que el Polo Democrático ha cumplido esa misión; ha señalado, a veces apropiadamente y otras desacertadamente, defectos del complejísimo proceso que adelanta el Gobierno con los paramilitares, y sus criticas han servido para que la nación y el Gobierno afinen sus decisiones.
Pero es inadmisible que, cuando el Presidente Uribe dice que la investigación de los vínculos de los políticos con los paramilitares debe ampliarse, para esclarecer los vínculos de los políticos con la guerrilla, la oposición diga que el Presidente lo hace sólo para camuflar los escándalos de parlamentarios con presuntos vínculos paramilitares.

Los uribistas no aceptamos ese cargo. El presidente Uribe ha sido irreductible en su decisión de llevar un proceso de paz con los paramilitares donde prime la verdad y la justicia dentro de los limites que exige una negociación –una negociación y no una derrota militar-. Una negociación sin precedentes, pues no existen muchos casos en el mundo donde un Gobierno logre que los lideres del movimiento que se desmoviliza estén en la cárcel. Una negociación que además significa un avance impensable sobre los procesos de paz que ha realizado el país, pues
no ha habido zonas de distensión y mucho menos perdón y olvido. Así que, no es cierto que los uribistas, y con esto incluyo al Presidente, tengamos miedo a los escándalos que puedan implicar a políticos de esta filiación. Es precisamente el Gobierno quien ha iniciado y liderado el proceso, tal y como quedo consignado en la Ley de Justicia y Paz y lo ha reiterado con la voz firme del Presidente Uribe.

Lo que si resulta sorprendente, es que ante una nación preocupada por el esclarecimiento de los crímenes cometidos por mafia, paramilitares y guerrilla, la izquierda ventile un argumento falaz para evadir una fracción fundamental del proceso: el esclarecimiento de los vínculos entre la izquierda institucional y la narco-guerrilla. ¿O es que acaso no será necesario saber, si hubo beneficiarios políticos del extermino sistemático y horripilante que hizo las FARC de la Familia Turbay en el Caquetá?; ¿No sería importante determinar si hubo beneficios políticos luego del extermino de varios políticos conservadores del Huíla entre ellos Héctor Polanía, Jaime Lozada y su esposa secuestrada? ¿Y no será justo conocer el numero y el nombre los miles de secuestrados en todo el país, muchos de ellos asesinados, que han sido despojados del legítimo producto de su trabajo por la guerrilla?; ¿Y conocer la incidencia de esos grupos armados sobre los procesos electorales en zonas dominadas por guerrilleros?; ¿El efecto político de la tomas y voladuras de pueblos a lo largo y ancho de Colombia? Entre tantas otros casos.

El país quiere y necesita saber si la izquierda institucional ha tenido vínculos y obtenido beneficios políticos de la guerrilla. No hay argumento posible para rechazar esa propuesta. Salvo que se llegue a la atrocidad sugerida por Antonio Navarro de que “hay unos más malos que otros”. Sus comentarios no dejan de ser preocupantes. ¿Insinúa acaso, que hay muertos mejores que otros? ¿Secuestros mas justificados que otros? ¿Ideologías que sí justifican crímenes? Y tampoco es clara la decisión del Dr. Carlos Gaviria, que encarna la más respetable de las izquierdas colombianas, que siempre había tendido claro que ninguna ideología justifica la violencia. Aquellos que lo admiramos, desde la otra orilla política, esperábamos verticalidad en que si algún político de izquierda ha tenido vínculos con aquellos que han teñido de rojo el suelo patrio, debe ser expuesto y expulsado de la vida pública en los mismos términos que ese partido lo exige con los para y narco políticos.

Existe pues, una aparente tensión en la izquierda institucional que tiene que ser aclarada. Por una parte, como parecería sugerir Navarro, hay una disposición a tolerar vínculos invisibles y turbios entre la política y la guerra, por lo cual es necesario que nos expliquen bajo que conceptos
morales son diferentes los crímenes paramilitares y mafiosos de aquellos que comete la narcoguerrilla. Por otro lado, si tienen la determinación de no aceptar esos vínculos político-guerrilleros, entonces, tendrían que iniciar ya mismo un juicioso escrutinio que los devele y sancione con la rigidez que ellos predican. Pero que definan su posición ahora, de frente, sin
esconderse tras la critica.

Por que Uribe en la primera vuelta

La oposición se pregunta una y otra vez por qué más de la mitad de los electores estamos decididos a elegir a Uribe en la primera vuelta. Y es tan claro para nosotros como es oscuro para ellos. Las razones por las que unos lo amamos y otros lo odian son las mismas, la diferencia radica en la lectura que hacemos del país y en consecuencia en las soluciones que suponemos resolverían los problemas.

Dicen los opositores que Uribe desinstitucionaliza el país, que sus consejos comunitarios y su manera de meterse en todo –hasta en indicar como se siembran las papas- es el retorno al mas primitivo paternalismo estatal. En cambio, consideramos que esta actitud le devuelve la credibilidad a las instituciones. El pueblo colombiano hace mucho que dejo de creer en el Estado como un ente regulador benévolo o siquiera útil. El vulgo lo entiende como un aparato opresor del que , tal vez, se esperó algo, pero que con el discurrir de la existencia se descubrió como cínico e inservible. Uribe acercó ese Estado estirado, centralizado, teórico y soberbio a todos y cada uno de los ciudadanos. Le ha dado voz a esos que después de tanto gritar para que los miraran se habían quedado mudos. Es la persona de Uribe –el presidente- en la que cualquier ciudadano encuentra la mano amiga que andaba buscando y que ya no pensaba encontrar.

Y entonces dicen que Uribe tiene un régimen personalista, y es cierto. Pero eso no es necesariamente malo. Uribe es también el Presidente. Esa institución que a fuerza de ser ejercida sin liderazgo, sin convicción y sin resultados se había convertido en un sonoro titulo sin nada mas que un pasado lisonjero. Uribe tiene la legitimidad del caudillo y bajo el ejercicio de su magisterio no ha hecho otra cosa que permear de esa legitimidad a la institución presidencial. Los uribistas creemos que el Presidente sí puede hacer cosas, que sus acciones sí tienen repercusiones y que buenas decisiones son capaces de alterar nuestras vidas. Tal vez en el principio -y aun hoy cuando queremos la reelección- consideramos que es Uribe y no el cargo presidencial el que tiene esos poderes, pero muy pronto será indistinto y finalmente será un atributo de la institución presidencial.

Y que es un caudillo lo es. Y nuevamente, eso puede ser una ventaja. Colombia es un país de caudillos y no de ideas, creo que en ese coincidimos todos, al igual que coincidimos en la certeza de que no es lo mas deseable. Ojala fuéramos una democracia culta, desarrollada, pero no lo somos. Diferimos entonces en le remedio para esta dolencia. Los detractores opinan que debería jugarse como ha venido jugando la historia; votar en contra el caudillo, otros menos prácticos esperan que en estas elecciones Colombia –por un milagro del cielo- ya no se rija por legitimidades carismáticas, lo que es, a lo menos, ingenuo. Para eso nos faltan años de educación, de participación comunitaria y descentralización. En eso estamos.

Somos lo que somos, y entonces hay que decir que un buen caudillo es siempre mejor que el opositor del caudillo, cuya única virtud se limita a eso: ser el otro. El caudillo contribuye a la construcción de instituciones legitimas, como ya lo había dicho. El caudillo es capaz de devolverle a las masas la fe perdida, de convencerlos de luchar y de no rendirse. El caudillo tiene la fuerza para iniciar el cambio.

El cambio cuyo vértigo asusta a los opositores. Los uribistas somos mas arriesgados; no sabemos si el cambio será definitivo, permanente y completamente benéfico –nadie que no tenga poderes para ver el futuro puede saberlo- pero si vemos que al menos saldremos del letargo moribundo y estéril en el que desfallece la patria, y estamos seguros de que si por el camino descubriéramos la proximidad del abismo siempre será posible corregir el rumbo.