Columnas de opinión y análisis de la actualidad de Colombia publicadas los sábados en el periódico EL PAÍS - Cali


sábado, febrero 17, 2007

Por que Uribe en la primera vuelta

La oposición se pregunta una y otra vez por qué más de la mitad de los electores estamos decididos a elegir a Uribe en la primera vuelta. Y es tan claro para nosotros como es oscuro para ellos. Las razones por las que unos lo amamos y otros lo odian son las mismas, la diferencia radica en la lectura que hacemos del país y en consecuencia en las soluciones que suponemos resolverían los problemas.

Dicen los opositores que Uribe desinstitucionaliza el país, que sus consejos comunitarios y su manera de meterse en todo –hasta en indicar como se siembran las papas- es el retorno al mas primitivo paternalismo estatal. En cambio, consideramos que esta actitud le devuelve la credibilidad a las instituciones. El pueblo colombiano hace mucho que dejo de creer en el Estado como un ente regulador benévolo o siquiera útil. El vulgo lo entiende como un aparato opresor del que , tal vez, se esperó algo, pero que con el discurrir de la existencia se descubrió como cínico e inservible. Uribe acercó ese Estado estirado, centralizado, teórico y soberbio a todos y cada uno de los ciudadanos. Le ha dado voz a esos que después de tanto gritar para que los miraran se habían quedado mudos. Es la persona de Uribe –el presidente- en la que cualquier ciudadano encuentra la mano amiga que andaba buscando y que ya no pensaba encontrar.

Y entonces dicen que Uribe tiene un régimen personalista, y es cierto. Pero eso no es necesariamente malo. Uribe es también el Presidente. Esa institución que a fuerza de ser ejercida sin liderazgo, sin convicción y sin resultados se había convertido en un sonoro titulo sin nada mas que un pasado lisonjero. Uribe tiene la legitimidad del caudillo y bajo el ejercicio de su magisterio no ha hecho otra cosa que permear de esa legitimidad a la institución presidencial. Los uribistas creemos que el Presidente sí puede hacer cosas, que sus acciones sí tienen repercusiones y que buenas decisiones son capaces de alterar nuestras vidas. Tal vez en el principio -y aun hoy cuando queremos la reelección- consideramos que es Uribe y no el cargo presidencial el que tiene esos poderes, pero muy pronto será indistinto y finalmente será un atributo de la institución presidencial.

Y que es un caudillo lo es. Y nuevamente, eso puede ser una ventaja. Colombia es un país de caudillos y no de ideas, creo que en ese coincidimos todos, al igual que coincidimos en la certeza de que no es lo mas deseable. Ojala fuéramos una democracia culta, desarrollada, pero no lo somos. Diferimos entonces en le remedio para esta dolencia. Los detractores opinan que debería jugarse como ha venido jugando la historia; votar en contra el caudillo, otros menos prácticos esperan que en estas elecciones Colombia –por un milagro del cielo- ya no se rija por legitimidades carismáticas, lo que es, a lo menos, ingenuo. Para eso nos faltan años de educación, de participación comunitaria y descentralización. En eso estamos.

Somos lo que somos, y entonces hay que decir que un buen caudillo es siempre mejor que el opositor del caudillo, cuya única virtud se limita a eso: ser el otro. El caudillo contribuye a la construcción de instituciones legitimas, como ya lo había dicho. El caudillo es capaz de devolverle a las masas la fe perdida, de convencerlos de luchar y de no rendirse. El caudillo tiene la fuerza para iniciar el cambio.

El cambio cuyo vértigo asusta a los opositores. Los uribistas somos mas arriesgados; no sabemos si el cambio será definitivo, permanente y completamente benéfico –nadie que no tenga poderes para ver el futuro puede saberlo- pero si vemos que al menos saldremos del letargo moribundo y estéril en el que desfallece la patria, y estamos seguros de que si por el camino descubriéramos la proximidad del abismo siempre será posible corregir el rumbo.

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