Columnas de opinión y análisis de la actualidad de Colombia publicadas los sábados en el periódico EL PAÍS - Cali


sábado, febrero 14, 2009

La herencia de Uribe

Aún está por definirse si el Presidente Uribe será candidato para otra reelección, pero ya se perfilan precandidatos que pretenden sucederlo. Con este escenario vale la pena recapitular aquellas características que le han dado al Presidente Uribe una popularidad sin precedentes en nuestra reciente historia democrática.

Uribe llegó a ser Presidente porque tenía planes concretos para desarrollar durante su mandato y posee el liderazgo para realizarlos. Está característica, sencilla en apariencia, es muy escasa en nuestra tradición presidencial. La mayoría aspira a ser Presidente por el honor que ello supone. Cumplen su periodo y se sienten realizados por incluir ese cargo en su hoja de vida. Este fenómeno -corriente en nuestra política- es nefasto. El candidato arrastrado por la vanidad tiene dos defectos incorregibles: para aumentar su popularidad está dispuesto a cambiar de ideas y a tomar posiciones para tratar de complacer a las mayorías. Precisamente por eso, no logra consolidar ningún proyecto y mantiene al país en un caos del que nada surge. Además tiene este sujeto la idea de que ser elegido es su mayor esfuerzo. Una vez hecho Presidente sólo el paso del tiempo puede arrebatarle el triunfo, que en sí mismo constituye el pináculo final de su carrera. Los expresidentes se retiran, no siguen combatiendo en el escenario político porque se sienten superiores a él. Ese no será el caso de Uribe que tiene una postura definida y coherente que le permitirá hacer una critica coherente y constructiva a las administraciones venideras. Su ideología, su compromiso, está al servicio del país y no de su prestancia personal.

La segunda característica –ligada a la anterior- es que Uribe ha tenido una posición clara frente a los grupos al margen de la ley. El miedo se había apoderado de la institucionalidad colombiana, y pronto se volvió indiferencia y ceguera. Así el país se acostumbró a la postración y a ceder cada vez más ante los violentos. Uribe nos devolvió la dignidad como Estado, el coraje de enfrentarnos a quienes no respetan la vida y la libertad. Ha sido irreducible en la posición de que la violencia no es plausible como medio para acceder al poder público, ni aceptable bajo ninguna justificación. La violencia es inadmisible. Ha tendido, pues, el Presidente el carácter para enfrenar a todos los grupos armados como lo que son: extorsionistas y delincuentes. Ha sido un esfuerzo monumental, pero todavía frágil, que no podemos perder.

Finalmente, Uribe ha sido un Presidente del pueblo y para el pueblo. Las grandes masas que lo eligieron se sienten representantas porque él, a través de los consejos comunitarios, ha mantenido un constante dialogo con la provincia. Este mecanismo genera confianza de los gobiernos locales hacia el gobierno central, y al mismo tiempo le permite al gobierno comprender las verdaderos conflictos que enfrentan los gobernadores y alcaldes. El centralismo –una de nuestras más graves enfermedades- se cimienta en esos Presidentes que apoltronados en su silla prefieren la comodidad de su despacho, donde lo que sucede llega a sus oídos mediado por la boca de asesores aduladores a quienes sólo interesa la capital. El contacto directo del Presidente y sus ministros con la realidad de todo el país ha sido motor del inclusión y del crecimiento democrático.

Ojala algo nos quede de este ejemplo de vocación de servicio y liderazgo.

El País 14 de febrero de 2009

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