Columnas de opinión y análisis de la actualidad de Colombia publicadas los sábados en el periódico EL PAÍS - Cali


sábado, abril 18, 2009

La Semana Santa

Cada episodio de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo encarna dilemas frente a los cuales todos, alguna vez, nos encontramos; por ello, el examen de estos pasajes ha de suscitarnos hondas reflexiones sobre nosotros mismos y nuestra sociedad. La conmemoración de la Semana Santa debe causar una inflexión, al menos, en el llano de nuestra existencia.

Pilatos, resguardado en la neutralidad de la autoridad, realiza el acto simbólico de lavarse las manos frente a la injusticia. Evidencia esa escena bíblica una de las más grandes verdades: quien no se opone a la injusticia hace parte de ella. La injusticia que toleramos nos hace su cómplice. Lo injusto tiene, pues, el poder de pervertir a quien es su testigo. Aquel romano lo encontramos ahora en todo aquel que reconoce la injusticia pero es indiferente a ella.

Levantarse contra lo que no es justo no es nunca fácil; Pedro, el discípulo de Jesús, lo negó tres veces. Pedro era un hombre santo, mejor que nosotros, y fue débil y temeroso. Aun amando a Jesús -sobre todas las cosas- sintió miedo de padecer el mismo destino que le parecía injusto. Por supuesto, somos todos mucho más propensos que él a sentirnos impotentes frente a la masa que ciega, furiosa y exaltada presiente saber la verdad y ejecutar lo correcto.

Disentir no es fácil, pues por nuestra calidad de seres gregarios tenemos respeto por las decisiones de la mayoría. Más aún, cuando la masa ha condenado a alguien es poco probable que se detenga, que cambie, que reconsidere -por lo menos eso le parece a quien solitario y aislado la observa-. La flaqueza psicológica consiste en sentir que al ponernos del lado de la víctima sufriremos, inevitablemente, su mismo destino. Defender a aquel que la masa ha condenado puede condenarnos también. Los juicios sociales son como una máquina imparable que se aproxima demoledora sobre su víctima; saltar frente a ella, oponérsele, parece riesgoso e inútil.

Las sociedades encolerizadas y decididas a castigar son amedrentadoras y la víctima se vislumbra como imposible de rescatar. Erguirse contra los atropellos en defensa de quien injustamente es tiranizado parece exigir la vocación del mártir. ¿Quién en nuestro país es capaz de defender a aquel que le parece que está siendo injustamente tratado? ¿Quién se atreve, por ejemplo, a defender a quien ha sido sindicado de un delito, aunque considere que no es culpable? ¿Quién que alegue por la defensa de las formas procesales de los sindicados por paramilitarismo no es tildado de ‘paracomilitar’? ¿o del mismo modo e guerrillero o mafioso?

La lección más poderosa es la de Jesús: agónico nos perdona. El perdón en ese momento de intenso dolor se exalta como el acto divino por excelencia. El perdón que unge la tierra con la mirada compasiva del Creador, que comprende la estrechez de nuestra mente, la mezquindad de nuestro corazón, el miedo a la muerte y la necesidad de mantener la mirada de los otros sosegada sobre nuestro hombro. No seremos capaces de semejante acto, seguramente, pero podemos recordar que tenemos esas flaquezas humanas. Cuando nos cubrimos los ojos con el manto de que ‘somos buenos’ dejamos de revisar nuestra conciencia y desfilan, entonces, justificados y muy tranquilos nuestros actos. En cambio, si tenemos presente nuestra condición falible estamos atentos a juzgarnos. Sólo aceptando que somos capaces de hacer el mal y que lo hacemos podremos reconocerlo en nuestras acciones.
11 de abril de 2008
http://www.elpais.com.co/paisonline/ediciones_anteriores/ediciones.php?p=/historico/abr112009/PRI

No hay comentarios.: