Columnas de opinión y análisis de la actualidad de Colombia publicadas los sábados en el periódico EL PAÍS - Cali


martes, diciembre 29, 2009

Motivos del lobo

Los resultados de la Seguridad Democrática han sido tan contundentes que el secuestro y asesinato del Gobernador del Caquetá nos sorprendieron. Desde la posesión del presidente Uribe en el 2002 ningún político de alto nivel había sido secuestrado. Se pone de manifiesto la historia de infamia a la que nos han sometido las Farc durante más de medio siglo y llama la atención sobre la nueva etapa del conflicto.

Quienes atribuyen el trágico hecho a fallas en la Seguridad Democrática desconocen la estructura de la guerra de guerrillas. Al principio, cuando las Farc habían tomado bastas áreas del territorio, de donde había salido la Policía e incluso muchos alcaldes ejercían su cargo desde la distancia, la tarea era recobrar el espacio para la institucionalidad. Los enfrentamientos fueron duros e exigieron sacrificio y esfuerzo. Alcanzada la primera derrota de los terroristas y el asentamiento de las fuerzas del orden, la guerrilla se replegó. Pero, la guerra contra las Farc no ha terminado, estamos en la segunda etapa, con otras aristas.

El repliegue estratégico impide propiciar los enfrentamientos. El ejercicio consiste en esperar una manifestación, una pista para poder seguir a los criminales solapados tras las sombras; son hienas esperando el menor descuido para atacar. Es una fase espinosa porque la tranquilidad invita a la confianza y la capacidad de los terroristas para sorprender es desconcertante. Mucho se ha dicho sobre el esquema de seguridad del inmolado Gobernador, que evidentemente era insuficiente. Como es insuficiente para esta guerra cualquier número de policías y militares, pues nunca será posible tener un esquema de seguridad para todos los ciudadanos. Este tipo de guerra requiere inteligencia para eliminar a los cabecillas, sin los cuales la jauría de fieras se dispersa.

Un efecto colateral de la efectividad de la Seguridad Democrática es que permitió que empecemos a olvidar ese pasado de desdicha y algunos han aprovechado para cuestionar la calidad de terroristas de las Farc, sumiendo a la Nación en diálogos que ya hemos probado inútiles, esfuerzos e ilusiones siempre frustradas. Colombia ha sufrido mucho y llegará el tiempo para sanar las heridas, pero no podemos olvidar que seguimos sobre un abismo.

Lo más aberrante es que el grupo de narcoterroristas se atreva a decir que no hay pruebas sobre la autoría de lo sucedido. Es la vieja estrategia que pretende anular su responsabilidad culpabilizando al Gobierno. Dicen ser acusados sin pruebas; dicen que ese es sólo el resultado de los rescates. Lo dicen como quien explica una ley física; como si hubiera razones que justifiquen el secuestro y rescates que disculpen el asesinato. Y rematan en un adagio para decir que el Gobernador tenía compromiso contrainsurgente y merecía la muerte. De sus declaraciones sabemos que no tienen capacidad de comunicación; es probable que la cúpula ni siquiera sepa si se trata de un golpe de sus cómplices, por eso no se atreven a negarlo.

Puede la tristeza imaginar a Luis Francisco Cuéllar después de celebrar su cumpleaños 69, secuestrado por quinta vez, convertido en una mercancía mediante la cual se pretendía extorsionar a quienes lo amaban, bien por vínculos familiares o por aquellos que impone la estructura democrática; por esos que asesinaron a su hijo. Y al policía Javier García, que ofrendó su vida como símbolo de que existe una Colombia mejor.

El PAIS Cali, 26 de diciembre de 2009

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