Columnas de opinión y análisis de la actualidad de Colombia publicadas los sábados en el periódico EL PAÍS - Cali


miércoles, diciembre 14, 2011

Lo que nos jugamos con la marcha

Las marchas en el país no tuvieron la afluencia que se vio en las del pasado 4 de febrero de 2008; no por ello deben pasar desapercibidas y su significación necesita un análisis. El país está harto de las Farc; no existe ningún respaldo popular para su causa y el contenido político de su mensaje está extinto. Eso lo sabemos muy bien todos los colombianos, e incluso lo saben las Farc, convertidas en un grupo narcoterrorista que trafica con la libertad y la vida de los colombianos.

Las marchas le dan al mundo este mensaje. Han sido una manera de desvirtuar la historia, según la cual la guerrilla tenía ideales románticos y enfrentaba un gobierno tiránico. En Colombia, a pesar de las fallas, la democracia es representativa. La gente vota y escoge los líderes de acuerdo a sus intereses, y sin la política no tiene los resultados que algunos consideramos deseables; no se debe a imposiciones, sino a la manera como las mayorías en el país eligen. Y podemos o no compartir los criterios de quienes votan, pero lo cierto es que lo hacen en libertad de consciencia y los resultados electorales representan el querer democrático en la mayoría de los casos. Los únicos votantes constreñidos son los que viven en zonas donde el Estado ha perdido el control y los ciudadanos quedan a merced de los violentos; para fortuna del país son cada vez menos.

Las Farc, por su parte y desde hace mucho, son una banda de narcotraficantes y terroristas, que ensucian las doctrinas de los grandes teóricos de izquierda con la coca que trafican y la sangre de tantos colombianos sacrificados por el mezquino deseo de poder y dinero. Los golpes sobre los líderes de la estructura disminuyen cada vez más su capacidad de esconderse bajo la retórica sofista de su discurso y destruye el mito de esos líderes guerrilleros que morían de viejos. Van quedando solas las hordas escondidas en la selva sometidas sólo a la doctrina de la brutalidad y la codicia.

El mensaje que dan las marchas es especialmente importante para nuestros vecinos; los gobiernos de Ecuador y Venezuela se han mostrado tolerantes con las Farc. Hace poco el presidente Correa se atrevió a comparar el Estado colombiano con las Farc, e insistió en que las Farc no son terroristas. Las marchas vuelven a recordarles que en Colombia aquello no tiene cabida; que aquí donde actúan todos sabemos lo que son.

El mensaje también era para el presidente Santos que ha sido tan ambiguo en el tema de las Farc. Por una parte, celebra -con el país entero- la baja de ‘Cano’ y anuncia la persecución hacia ‘Timochenko’ y cualquier otro que llegue a ser el jefe de la organización; pero al mismo tiempo el Gobierno apoya una iniciativa que pretendía darle derechos políticos a esos personajes y anunciaba un inminente diálogo. Hay una serie de ambivalencias en sus pronunciamientos que impiden cualquier precisión sobre el asunto, así que la marcha tenía también un mensaje para el gobierno.

Es una lástima la pobre afluencia, pero aquello no desvirtúa el mensaje, aunque le daría más fuerza si fueran multitudinarias. La participación rala se debe a que el país está entrando -otra vez- en una especie de apatía, caracterizada por la falta de emoción política. La democracia se fortalece en la dinámica gobierno oposición, pero este Gobierno ha sido efectivo en la integración, que la oposición está casi extinta. Aquello vulva la política silenciosa y poco interesante, y por eso la gente no se siente comprometida en el debate.

9 de diciembre de 2011
http://www.elpais.com.co/elpais/opinion/columna/paloma-valencia-laserna/nos-jugamos-con-marcha

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