Columnas de opinión y análisis de la actualidad de Colombia publicadas los sábados en el periódico EL PAÍS - Cali


sábado, junio 02, 2012

La fiesta del secuestro

Nos alegramos que del periodista francés Roméo Langlois esté libre; es bueno saber que son menos los que están secuestrados. Sin embargo, el espectáculo de su liberación, con camarógrafos, periodistas y fiesta, contrasta con el destino triste y el desinterés que demuestra el país ante el secuestro de tantos colombianos. Son muchos los nacionales que hoy no pueden volver a sus casas, muchas las familias que están siendo extorsionadas para pagar por la vida y la libertad de sus seres queridos. Hay también otras familias que lloran en silencio, pues ni siquiera podrían pagar un rescate. No sólo por la falta de recursos, sino porque sus niños fueron secuestrados para ser reclutados. Niños a los que se les arrebata la niñez, la vida misma, para convertirlos en la carne de cañón de los criminales. Niños que en el mejor de los casos crecen en la cultura de la destrucción y la violencia. El país conoció, no hace mucho, del secuestro de 13 niños en el Putumayo destinados al reclutamiento forzado. Algunos se atreven a decir que se trata de vinculaciones voluntarias; como si un niño pudiera resistir esa propuesta; como si sus familias tuvieran la opción de aconsejarlos y oponerse. Leí un Twitter donde se sugería que algunos ciudadanos franceses adoptaran a esos niños, a ver si el gobierno francés tomaba acciones en el asunto. El cometario es triste, revela la indolencia que nos caracteriza como sociedad, muestra un Estado que no se duele de sus nacionales. Es triste, preocupante y requiere un cambio de actitud, pues si fueran niños de otra nacionalidad nuestra reacción sería distinta; más parecida a la que ha rodeado el secuestro y liberación del periodista francés. Sin embargo, no resulta positivo que las reacciones del Gobierno y de la sociedad estén mediadas por las presiones internacionales. Colombia necesita hacerse responsable de sus problemas. La intervención de la comunidad internacional en nuestros conflictos ha sido negativa. No sólo convierte a ciertos personajes de la vida nacional en vedettes de la prensa internacional, sino que al mismo tiempo nos autoriza a la irresponsabilidad e indiferencia. Sólo nos importa lo que los otros, los extranjeros, señalan como importante. Además habría que reflexionar en torno a las diferentes organizaciones internacionales que viven del conflicto colombiano -pues su trabajo depende de la permanencia de los problemas- y pese a sus buenas intenciones, que llegan con visiones parcializadas, sin haber vivido lo que nosotros ya hemos pasado. Precisamente por eso, la propuesta de las Farc de buscar la intervención internacional para resolver nuestros problemas, es, al menos, atrevida. Una comunidad que gestiona soluciones o indica decisiones que no los afectan, pues no las van a vivir, ni su historia estará marcada por esas decisiones. Celebramos entonces, que el presidente francés Hollande haya manifestado el respeto a los asuntos internos de nuestra nación. Colombia es un país capaz de resolver sus propios problemas, lo que hemos vivido debe acercarnos a los consensos y madurez social necesarias para hacerlo. Lo primero, es que el dolor de cada uno de los colombianos nos sea propio. No hay por qué cerrar los ojos, dejar de sentir lo que estamos viviendo; no porque la gran prensa internacional no atienda un asunto, este carece de significación. Colombia debe mirarse de frente, integrarse como nación y exigirle a las Farc que libere a todos los secustrados, incluidos los niños que arranca de sus familias, y que cese, de una vez y por todas, las acciones terroristas. El País - 1 de junio de 2012 http://www.elpais.com.co/elpais/opinion/columna/paloma-valencia-laserna/fiesta-del-secuestro

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