Columnas de opinión y análisis de la actualidad de Colombia publicadas los sábados en el periódico EL PAÍS - Cali


viernes, marzo 02, 2007

El circo de los justos

“Quien esté libre de pecado tire la primera piedra” y paradójicamente, las piedras no han parado de llover. ¿Será que en el país hay muchos libres de pecado? En un conflicto tan complejo como el que ha vivido el país, todos los colombianos nos hemos hecho pecadores por acción o por omisión. Están aquellos que para vengar la injusticia social se volvieron terroristas, y otros que para defenderse los igualaron. Muchos que teniendo una idea tergiversada de los problemas que nos rodean y su solución, se condujeron por caminos deplorables y terribles. Desplazados por la violencia que llegaron a las ciudades y cayeron en conductas delictivas. Colombianos que pervertidos en el festín de la corrupción han optado por comer en esa mesa y, trafican drogas, corrompen instituciones, se apropian del erario publico. Y otros colombianos que enfrascados en nuestros propios conflictos hemos caído en el más perturbador de todos los pecados: la indiferencia.

Es difícil entender como surgieron los conflictos, los vínculos entre la mafia, los paramilitares o la guerrilla, y todas las esferas sociales: los políticos, los empresarios, los agricultores, la banca e incluso nuestra cultura. Pero, aún más difícil entender por qué la mayoría de los colombianos decidimos convivir con el crimen y ser indiferentes ante una realidad que debía hacernos llorar; pues podíamos ver la sangre que se derramaba, oír el clamor de la víctimas, oler la incineración de los hogares y sentir el ambiente enrarecido.

Es más cómodo pensar que no tenemos nada que ver en estos procesos, y sacar a relucir morales impolutas y hacer juicios severos que nos se compadecen con nuestros meritos, sino con nuestras circunstancias. Estamos aplicando, también, la formula de algunos políticos de que “todo ocurrió a nuestras espaldas”. Los otros son culpables, y nos paramos felices a lapidarlos.

Es incuestionable que los culpables de los crímenes tienen que ser juzgados con toda la rigidez de la justicia y de manera implacable. Pero los demás deberíamos sentirnos compungidos ante esta tragedia nacional. Aquellos que son culpables son las caras de nuestra propia incapacidad de construir un país mas justo, un país que no tolere y no invite a estas alianzas macabras. En ellos, en muchos sentidos, se purga lo peor de nosotros mismos: la permisividad, la tolerancia con el crimen, por encima de todo el deseo infinito de no ver lo que esta pasando.

Las lecciones que debemos aprender no se aprenden en medio del frenesí enloquecido de señalar brujas y cortar cabezas. Las cabezas deben cortase después de un juicio justo, en medio del sosiego, para que todos comprendamos, y nos arrepintamos de lo que ha pasado. El exhibicionismo amarillista que está caracterizando este proceso no se compadece con la gravedad de los cargos y mucho menos, con el dolor de las victimas.

Celebrar los hechos de justicia es una característica de todas las sociedades, aún más debe serlo en un país donde hay tan pocos. Pero no es esperanzador ver, como embriagados por los licores amarillistas de los medios de comunicación, los colombianos transfiguran la celebración en el festín del circo romano.
La turba efervescente, en medio el aplauso acalorado, cargada de odio y do rencor, no ve que la sangre derramada refleja su propia decadencia.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Si me perdonas la sinceridad, pienso que la raiz del tercermundismo
latinoamericano se encuentra justamente en el argumento que esta columna
presenta: "pues sera cierto que los de mi bando son mentirosos, ladrones,
asesinos, etc., pero yo no los voy a criticar, porque los otros son peores,
y mal que bien todos somos culpables."

Esta ultima parte (todos somos culpables) es especialmente perversa. Al
menos en Mexico, todos los miembros de la clase politica son culpables,
pero las victimas de sus abusos (los que no tienen como defenderse)
realmente no son culpables de nada.

Yo tengo la intuicion de que el ingrediente esencial para ser paises mas
civilizados es tener mejores ciudadanos. Lo que me imagino que eso quiere
decir es ciudadanos permanentemente criticos, en especial con los de su
bando. Pero creo que ahi esta la clave: en nuestra cultura parece
irreconciliable el apoyo politico con la critica razonada. Mi hipotesis es
que por eso somos paises enanos, pues entendemos la politica como si
hubiera unos buenos, incapaces de actuar mal, y unos malos, incapaces de
hacer algo bien. Luego cuando los "buenos" actuan mal, hay que buscar los
argumentos mas improbables para defenderlos.

Pues como veras no estoy de acuerdo contigo, pero tu columna me parece muy
estimulante.

Rodrigo

Paloma Valencia-Laserna dijo...

No se si no quedo claro, pero yo lo que estoy sosteniendo es que los procesos de administración de justicia no pueden volverse una cacería de brujas. claro que hay que juzgas y castigar con toda la severidad, pero con sosiego, con mesura sin entrar en un trance fanático de sangre, que es un poco en lo que esta Colombia... todos enloquecidos sañalado y ejerciendo unas moralidades puras que no existen. Sobre el tema la falta de culpa de los ciudadanos creo que si estamos en desacuerdo... son los ciudadanos quienes eligen a los políticos, quienes permiten que los sistemas se perviertan. Porque habría de comprender mas las consecuencias de largo plazo el político que compra los votos, que aquel que los vende? esa idea solamente es sostenible bajo la convicción de que el pueblo latinoamericano no sabe. La raíz y el presupuesto basico para el paternalismo, que es en mi opinión, lo que tiene destruido a Latinoamerica. En conclusión la falta de responsabilidad del pueblo que se siente como un niño del que papa abusa. No es ningún niño.